Factura del tiempo



Hace más de 33 años que reclamo facturas erróneas a la CTVL, la Compañía del Tiempo de la Vía Láctea, un negocio redondo con unos objetivos y unos productos interplanetarios que todo el mundo usa y que, en cambio, ¡pertenecen a una empresa que nunca nadie ha podido ver! ¿Quién podría confiar en una empresa así? ¿Cuáles son sus beneficios? ¿Y para quién? Los telefoneo todos los días, pero siempre me dejan en espera. Desde este rincón de la galaxia les reclamo veranos no consumidos, las tardes del domingo, los tenebrosos e incómodos cortes nocturnos del servicio, los instantes comatosos, los de autismo, los continuos déjà vu —sin duda, un error de contabilidad—, los daños colaterales a la memoria, la resurreción de Proust ... y en definitiva horas y horas de mi vida que pasaron sin que me avisaran de qué finalmente me las iban cobrar como sí las hubiera gastado. ¡Yo no contraté ninguna tarifa plana! ¡Qué poca vergüenza! En defensa propia, la empresa ha propagado consignas estúpidas: que si el tiempo es oro, que si es un gran escultor, que si es un misterio. Es abusivo, injusto. Más antigua y poderosa que la Iglesia, más incontrolable que la del gas y que la eléctrica, más engañosa que la telefónica, más letal que las nucleares, la Compañía del Tiempo funciona con unas ganancias insuperables y unos falsos créditos de eternidad absolutamente interestelares. No cotiza en bolsa; no lo necesita. Siglos hace que los humanos sabemos que todo esto es un monopolio humillante, una estafa insufrible, la estafa por antonomasia, pero acabamos todos pagando religiosamente. Poetas y físicos se han rebelado inútilmente, pero cualquier revolución acabaría siendo, como siempre, una cuestión temporal. Ya sé que reclamar es perder el tiempo, pero ayuda a matarlo.

Versió original en Salms.