Huellas



Las huellas que, a fecha de hoy, han abandonado mis dedos forman un número impar que desafía al infinito. Hacen cola contra el olvido en las taquillas de los cines, en las fábricas de guantes y dedales, en el vértice de los abrazos, en todas las barandillas del mundo, porque se pasan la memoria entera buscando qué mano fue la responsable de su abandono. No llevo la contabilidad de mis caricias, ni el balance de arañazos que ya he pagado, pero he aprendido que esa serpiente de cifras con la que reptan mis huellas siempre muta el haber en debe. Como no hay dios ni en la insistencia, ni policía que me las devuelva, me consuela imaginar que todas las huellas que cedí jamás se perdieron, y que en algún hueco de la eternidad se han unido por fin en esa única y afligida mano que cada noche llama a mi puerta y pregunta si, por favor, puede meterse en mi cama porque en los sueños de ahí afuera hace mucho frío.