De españas y campañas



Oficialmente no estamos todavía en campaña electoral, pero pienso que no hace falta insistir mucho ahora en el hecho de que llevamos un año padeciéndola. Y qué ganas de que termine. Desde que vivimos dentro de este huevo llamado democracia, en este Estado que parece no acabar de salir de su cascarón predemocrático, nunca antes se había resucitado con tanta intensidad, con tanto belicismo, verborragia y mercadotecnia, la vieja y falaz confrontación entre las dos españas, una resurrección que, si bien parece tener fecha de caducidad en el día de la votación, podría sentar el precedente de cosas mucho peores. Con todo, aunque sea transitoria, la abominable recuperación como tema estrella y puesta en escena de una ideología basada únicamente en la unidad de España no sirve sólo a los intereses del partido en el gobierno (aunque sí al que más), sino también (sí, sí también) le interesa a parte de la oposición. Al fin y al cabo, tanto el PP como el PSOE necesitan mantener esa guerra fría basada en un bipartidismo casi decimonónico que les ha garantizado y les garantiza tantas y tantas cosas, aunque tengan que pasar por el mal trago del más esperpéntico ridículo a causa de la degeneración y el descrédito de sus acciones políticas. Parece que con tal de alcanzar el poder es un mal menor convertirse en protagonistas de alguna obra de Valle-Inclán. El hecho es que mientras se habla de esto y de aquello no se habla de otras cosas que a casi todos nos interesa mucho y más. Me explico.

Tanto la extremada confrontación entre la derecha española y la vasca, como las reiteradas y violentas agresiones piscóticas del gobierno español contra el nuevo gobierno tripartito catalán, tiene, entre otros, el objetivo de ocultar el debate social, es decir, marginar, minimizar e incluso omitir aquellas partes de los programas electorales referidas a sanidad, educación y cultura. Éstas no parecen ser cuestiones prioritarias porque ya, desde hace meses, la agenda política ha determinado la agenda de temas de los medios de comunicación hasta el punto de retroalimentarse una a la otra, es decir, se ha estipulado con antelación aquello que más debe importar a la opinión publicada, con el fin de confundirla con la pública: vieja estrategia. De este modo, es como hemos llegado al punto de partida de campaña en el que nos hallamos, el que más conviene a ese centro ideológico compuesto por el bipartidismo al que no votaré porque no tengo puntería. De hecho, con el debate diario situado en la confrontación continua basada en constituciones, reformas de códigos, estatutos y otros honorables papeles, la campaña electoral está, para los partidos más votados, a punto de caramelo. Y estoy convencido de que este retorno al discurso puro y duro de las unidades y de los separatismos no es un accidente casual. Es casi un choque pactado: todos esperan sacar provecho. Pero, claro, una cosa es poner encima de la mesa estos papeles institucionales, y otra cosa es inyectarlos en vena en la ciudadanía eclipsando el debate social. Porque hablar de constitucionalismos y unidades de España es barato y rentable para según quién, pero construir hospitales públicos, escuelas públicas y bibliotecas públicas no lo es. Y, por lo visto, estos pilares de la salud mental y física de cualquier país no formarán parte del marquetín de los discursos de la inminente campaña electoral. Y es una pena, porque hay personas muy dispuestas a votar por esto.