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lunes, 8. noviembre 2004
«Las estrellas para quien las trabaja» ![]() «Me persigue un oficio solitario vigilar toda la noche una gacela hablar sin seducir, no poseerla y verla irse, oscura, al diccionario» Juan Carlos Mestre Ars Patetica, de «La poesía ha caído en desgracia»
Escrito por jose el 8 de noviembre de 2004, 9:15:21 CET
![]() viernes, 5. noviembre 2004
Bautizo, comunión y confirmación Estas son las cosas que pasan. Las que han pasado, las que probablemente pasarán? Averiguar los turbios recovecos del nacionalismo español, a través de la retórica de los Ortega, de los Castro o de los Albornoz, y de los González, de los Carrillo, de la Montseny, es un reto sugestivo. La fantasmagoría del españolismo de izquierdas –¿cuál?– hace llorar. La derecha, militantemente españolista, dispone del poder, del “revisionismo”, de la socialdemocracia y de las “Hijas de María”, que todo es un bloque unánime. La «izquierda» intelectual tiene que ser una opción crítica. Y crítica, primero que nada, “contra” la izquierda. De cara a la derecha no hace falta perder el tiempo. Ya la hicieron como convenía Marx, Lenin, Stalin, la Rosa, e incluso Trotski y Mao, y Marcuse, y Adorno. Una izquierda crítica, en el espacio del estado español, no la veo posible. Y si lo fuera, tendría que empezar por esto: por desmitificar el nacionalismo español. El españolismo no es una simple confección de la derecha: es una confección «española». Con el aval de don Salvador de Madariaga, “español profesional”, para entendernos. Y con más ayudas: Besteiro, Negrín, Durruti. La izquierda “española” se ha caracterizado siempre por su inocencia, y por su “españolismo” rabioso. Entre Calvo Sotelo y el doctor Negrín había más afinidades que diferencias... Joan Fuster Sueca, 9 d’Octubre de 1979 Prólogo del libro “Franco i l’espanyolisme”, de X. Arbós y A. Puigsec, Curial, 1980
Escrito por jose el 5 de noviembre de 2004, 9:21:40 CET
![]() Del miedo La afirmación más audaz del Final de partida de Becket, según la cual ya no queda mucho que temer, es la reacción ante una nueva praxis que dio la primera muestra de sí en los campos de concentración y en cuyo concepto, antaño venerable, acecha ya una teleología dirigida a la aniquilación de lo diferente. La negatividad absoluta es previsible y ya no sorprende a nadie. El miedo estaba unido al principio individual de la autoconservación, que se elimina a sí mismo por su propia lógica. Cuando en el campo de concentración los sádicos anunciaban a sus víctimas: 'mañana te serpentearás como humo de esa chimenea al cielo', eran exponentes de la indiferencia por la vida individual a que tiende la historia. En efecto, el individuo es ya en su libertad formal tan disponible y sustituible como lo fue luego bajo las patadas de sus liquidadores. Pero desde el momento en que el individuo vive en un mundo cuya ley es el provecho individual universal y, por tanto, no posee más que este yo convertido en indiferente, la realización familiar de la tendencia desde antiguo es a la vez lo más espantoso. Nada puede sacarle de ese espanto, como tampoco lo pudo de la alambrada electrificada que rodeaba el campo de concentración. La perpetuación del sufrimiento tiene tanto derecho a expresarse como el torturado a gritar: de ahí que quizá haya sido falso decir que después de Auschwitz ya no se puede escribir poemas. Lo que en cambio no es falso es la cuestión menos cultural de si se puede seguir viviendo después de Auschwitz, de si le estará totalmente permitido al que escapó casualmente teniendo de suyo que haber sido asesinado. Su supervivencia requeriría ya la frialdad, el principio fundamental de la subjetividad burguesa sin el que Auschwitz no habría sido posible. ¡Qué culpa tan radical la del que se salvó! Su pago son los sueños que padece, como el de quien ya no vive, sino que fue pasado por la cámara de gas en 1944, cuya existencia posterior entera es mera imaginación, emanación del deseo delirante de una asesinado hace 20 años.
Theodor W. Adorno
'Dialéctica negativa', pp. 362-363, Taurus Humanidades, Madrid, 1992.
Escrito por jose el 5 de noviembre de 2004, 1:02:55 CET
![]() jueves, 4. noviembre 2004
La mano La mano. Una mano. Tu mano. La prodigiosa, la intrigante, la inconmovible mano. De carne y de arterias, de sombra y de asombro, de llantos y de nervios, de adioses y de esperas. La mano dionisíaca, la mano amanecida, la mano delirante, la misteriosa mano; la acechante, la erizada, la desnuda, la irrepetible mano. Tu mano. La mano con su espasmo, con su sangre y con su espanto, con su aire y su caricia. Con su roce de insomnio, con su hambre esponjosa, con su cruce de sueños, con su luz fundadora, con sus pájaros tiernos se levanta, me despierta, se amalgama y se posa. Es la mano. Una mano. Tu mano. La expectante mano. La íntima idílica, la orgiástica, la helénica mano. Tu mano. La mano que toca, y toca mi mano. La mano que escucha, que habla y que vuela, la voladora mano, la mano en la nuca, en las ingles, los labios, las palabras, los días, el corazón en la mano. Una alegría, un cataclismo, un abrazo de mano y, al vuelo, la mano que duele y, tocando, me besa y me mira. La mano. Una mano. Tu mano.
Escrito por jose el 4 de noviembre de 2004, 11:34:33 CET
![]() Presunción de inocencia Bien mirado, tiene mucho sentido argumentar que el pueblo nunca se equivoca. Y mucho menos el estadounidense. Es un pueblo que se muestra muy inteligente cuando tiene que elegir a sus líderes. Tengo la impresión de que muchos ciudadanos que votaron al presidente eligieron que el criminal no perdiera las elecciones; no que las ganara. Votaron no conocer su reacción en el caso de que las perdiera. El miedo es como un manual de supervivencia y no siempre procede del extranjero.
Escrito por jose el 4 de noviembre de 2004, 7:51:56 CET
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