Camello en el exilio



Cuando al final de la guerra pude escapar camino del exilio, guardé dos preguntas en un saco, escondí mis palabras en la boca de un niño y después dije adiós a los versos y a los cuatro amigos; llevé conmigo, en cambio, un poco de romero y de tomillo con el ingenuo propósito de quebrantar las supremas leyes de inmigración sobre tráfico de hierbas autóctonas.

Logré cruzar la aduana con el cargamento de narcóticos y sembrar, en un pais lejano, diez montañas de especias. Es verdad que ya no me sirven de nada y a nadie las palabras que callo bajo la sombra del carcelero ni ante esa muchedumbre que se apaga diariamente como una televisión moderna, dócil, panoràmica. Sin embargo, el romero y el tomillo ejecutan a la perfección un plan casi divino: engalanan los barrotes de la frontera para que yo recuerde bien al pasar, si algún día regreso, el nombre del niño al que regalé mis palabras y las dos preguntas del saco que todavía hoy no han recibido respuesta.