Munich con palomitas



Munich me ha parecido una interesante película que, entre muchas otras cosas, tiene el poder de gritar imbécil al espectador que digiere las secuencias tragando palomitas y también el talento para describir el fanatismo no sólo de sus personajes sino también el de los que siempre ven el cine político como un panfleto peligroso. Pero vamos a las palomitas, porque opiniones las hay de honestas y sensibles. El espectador que engulle simultáneamente palomitas y cadáveres —y que además tiene el permiso administrativo de hacerlo—, probablemente fue a la escuela y conoce el significado léxico de la expresión película basada en hechos reales, pero seguramente desconoce, o se niega a descubrir, el alcance del argumento de la película porque cada palomita que se embucha conforma la ficción de mantequilla con la que suele alimentar a su cerebro. El espectador de las palomitas vive satisfecho en el mundo de las palomitas, se siente seguro en el mundo de las palomitas y de ninguna forma desea abandonarlo. Exactamente igual que algunos comentaristas de cine. El espectador-palomita devora su propio cerebro, pero diría que de una forma aún más indigna —si cabe— que Avner, el protagonista de Munich, cada vez que asesina a un congénere. Salvando las distancias, claro. Creo que el único roedor de palomitas de la sala es el que me tocó cerca. Cuando terminó con las palomitas, comenzó con las uñas. Y cuando consumió sus uñas, escondí las manos, por si acaso. Es lamentable que, si existe una ley antitabaco, no se reclame ya una ley antipalomitas. Pienso que es una cuestión de higiene sonora y salud cultural.