Autocrítica y agradecimiento



Ha sido una semana extraña. Ayer mismo me eché encima un huevo frito y me metí en la ducha con calcetines. Quizá haya influido la resaca de la botella de vino de la cena del martes y está probado que, tras el subidón, todo exceso alcohol es un depresivo contundente. A veces se hacen cosas que no se saben por qué se hacen, como por ejemplo perder uno a uno todos los objetos de la oficina. ¿Acaso alguien sabe todo lo que hace? ¿Somos en verdad conscientes de todo lo que somos conscientes? Lo siento, pero nunca pude identificar consciencia y conciencia.

Puede que fuera una tontería, pero ni me arrepiento ni tampoco estoy vacunado contra la estupidez, y no me queda sino felicitar con varias palmaditas en la espalda a quien esté posesión de esa vacuna, no sea que se acabe atragantando con ella. Enhorabuena. Así que asumo sin contemplaciones el haber cometido la idiotez, o la maravilla, de aniquilar cinco meses de escritos en este blog. Y que se hayan producido estas pérdidas no significa que vaya a dejar de escribir en la oficina de objetos perdidos, ni mucho menos. Nunca dije que fuera a dejar este buen vicio. Por aquí voy a seguir ordeñándome toda la leche que pueda. Como decía Julio Cortázar, nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo. Un abrazo a todos los que me han apoyado en esta semana un poco difícil.