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Mi amigo Fernando es un ser humano tremendamente tímido y cauto al tiempo que muy eficiente y eficaz en todas y cada una de sus tareas, a menudo tan silenciosas y discretas como inteligentes y provechosas. Es de trato difícil, pero no por eso deja de ser lo que siempre ha sido: una buena persona. Por su forma de ser y de trabajar, mi amigo Fernando ya sabía que en algún momento podía ser objeto de acoso a lo largo de su vida laboral, pero desconocía hasta qué punto, hasta qué padecimiento, hasta qué desilusión, y desde luego no era capaz de imaginar que la sobrecarga diaria de tristeza, rabia, culpabilidad, decepción y desesperación lo conducirían al extremo de tener que elegir entre el suicido y el asesinato. Hay personas que son más susceptibles de ser acosadas, en la medida en que son percibidas como más ingenuas o vulnerables que otras, o en cambio por poseer determinados estudios, competencias y virtudes como las de Fernando, de las que carecía su acosador. Reconocido está que el acoso laboral normalmente no se planea contra individuos poco inteligentes, sino contra personas valiosas, honradas y con un alto nivel ético. Fernando atravesaba a menudo estados fuertes de ansiedad, de decaimiento, insomnio tardío, dolores de espalda, repentinas depresiones e, incluso, llegó a padecer importantes secuelas físicas, que nos ahorraremos ahora mencionar aquí para eludir cualquier atisbo de sensacionalismo. Fernando no podía desconectar de su trabajo y era atacado por taquicardias cada vez que se iniciaba la jornada laboral. Los compañeros, que no deseaban meterse en problemas con el jefe, solían pensar que algo habría hecho Fernando, algo habría dicho, alguna falta habría cometido para que el jefe se comportara, con excesiva frecuencia, de una forma tan desagradable con él; esta situación aislaba a mi amigo y reforzaba la idea que de sí mismo tenía como culpable de lo que le pasaba, provocándole inseguridad, anulándole la autoestima y degradando la confianza que tenía en sus propias habilidades y conocimientos que, como decía, no eran pocos. Su acosador se servía de todas aquellas actitudes y comportamientos encaminados a minar la salud psicológica de la víctima, como el no darle ninguna tarea o asignarle, sin cesar, nuevos cometidos desproporcionados para la fecha exigida de entrega o trabajos completamente absurdos. Digámoslo ya, pues. Su jefe era un auténtico psicópata organizacional, que a toda costa intentaba desacreditar profesionalmente a su víctima. Para ello, es verdad que era común que hubiera días en que no se le asignara trabajo alguno, e incluso que velara para que Fernando no pudiera alcanzar trabajos por sí mismo. O, en lugar de eso, el jefe le obligaba a realizar tareas totalmente inútiles, o muy inferiores a su competencia profesional. También sucedía lo contrario: se le agobiaba continuamente con trabajos nuevos, de manera que le resultaran inabarcables o le exigieran una experiencia profesional claramente superior a las competencias profesionales que marcaba el escaso convenio firmado entre los sindicatos y empresarios de su gremio. Su jefe, un profesional del acoso obsesivo, como tantos otros jefes anónimos, le limitaba a toda costa las posibilidades de ascenso en la empresa y reducía a cero la probabilidad de comunicarse adecuadamente con el resto del personal. Se le interrumpía cuando hablaba, se le gritaba sin sentido o se le dejaba en evidencia ante los demás en voz alta o por la espalda. Se le amenazaba verbalmente o por escrito, se le aislaba o se ignoraba su presencia, por ejemplo dirigiéndose exclusivamente a terceros en su presencia, como si no existiera. Se producían ataques verbales, criticando exageradamente los trabajos realizados. No sólo el jefe: a veces, también los compañeros, en connivencia con el acosador, se convertían en acosadores y también le gritaban, le chillaban o le injuriaban en voz alta. La cuestión es que Fernando, finalmente, ha sido despedido. En la actualidad, Fernando está en tratamiento psiquiátrico, y parece que lentamente mejora. Sin embargo, su acosador sigue siendo jefe. Escrito por jose el 29 de octubre de 2003, 23:04:55 CET |