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Insomnio II No tengo ningún miedo, ni alimento remordimientos. No me arrepiento de lo que digo, no hago un misterio de lo que callo, no paso las horas lamentando todo aquello que un día dejé de hacer y que definitivamente no hice. Todo gesto, toda promesa, toda oportunidad es inútil y la fortuna un fantasma que atraviesa paredes pero tropieza con todo. Únicamente soy un corazón infinito a punto de ser engullido por la boca del estómago, un sentimiento falto de cuerpo arrojado contra un cosmos al que le sobra una gran dosis de existencia, un hombre encarcelado por sus propios pensamientos que sonríe en silencio a través de sus barrotes. Me culpan de reconfortar a los que lloran cuando soy un hombre herido y sé que no tengo derecho a emitir queja alguna cuando solamente puedo sentirme y ser feliz si sangro. La culpa no existe. Es para el ser humano el peor de los inventos, después del amor romántico. Forastero soy donde nací porque procedo de una eternidad que desafina cuando canta; por tanto, con paso firme camino hacia todas las tinieblas responsables de la íntima caricia de mi orgía de rabia. Sombra de mi sombra, desaparezco en mí y por mi donde la esperanza vuelve a ser el espejo roto de mis sueños. Declaro, entonces, que hubo una tierra prometida de la cual no era yo el destinatario, que heredé una casa acogedora de la que jamás fui yo el habitante, un esqueleto atlético del que no acepté ser el usuario, una mujer voladora con la que nunca pude aterrizar. Abandono aquí mi piel y mis zapatos. Me mudo a vivir dentro de mi estatua. Escrito por jose el 19 de noviembre de 2003, 23:42:52 CET |