Búsqueda legítima II



Tras la niebla de la víspera, hoy veo con mayor claridad lo que, en verdad, ayer estaba buscando, algo que, afortunadamente, no hallé, pero que me sirvió, en parte, para reflexionar más a fondo sobre el asunto. Un paseo, dos copas de vino, una buena película y dormir como un tronco durante unas horas ayuda mucho. Y me doy cuenta de que mi desconsuelo, la desesperanza, mi falta de ánimos, la tristeza, la idiotez suprema, la parálisis emocional, no procede del hecho de no poder hallar, por ninguna parte, un lugar, un dulce rinconcito sin humanos, sino un mundo sin policías. Un planeta sin policías. No me refiero a esa gente más o menos respetable, trabajadora y a sueldo del Estado, que se viste de uniforme y se pasea por las calles con el objetivo de garantizar la seguridad de los ciudadanos (que también, que los hay que..., bueno..., como en todo). Me refiero a la otra mitad de la especie humana, e incluso, a veces (conste en acta) a la propia mitad de mí mismo..., para ser ecuánime.

Me dirán paranoico, da igual, pero desde hace tiempo y va en aumento, tengo la sensación de que nos entrenan para ser policías, además de jueces, claro. La cincuentona con la bolsa de la compra, que no conozco de nada, y que al pasar me mira de arriba a abajo, como buscándome el fallo, el error, la arruga, la mancha, como un perro domado para detectar la coca; el compañero de trabajo, que me vigila por la espalda para saber en qué empleo el tiempo, en qué lo desperdicio, en què no, y cuáles son las tuercas que he dejado de enroscar; el vecino del quinto, que en el ascensor me habla correcto, pero me mira con gran desconfianza, sin que todavía sepa yo por qué extraña razón se comporta de ese modo; los compañeros del equipo en el que juego, que un día sin ton ni son se ponen a gritarme como locos, como si hubiera cometido un crimen, por un partido que simplemente jugué sin concentración, me salió mal y que, sin embargo, acabamos ganando; la presentadora de televisión agrediendo verbalmente a un invitado; el locutor de las telenoticias, manipulando la imagen de Arafat; ese amigo mío que creía que era mi amigo y que, en realidad, lo único que le divierte es juzgarme en cada conversación.

¡Policías! Somos policías. Policías patrullando de la mañana a la noche. Y lo que es peor: nos entrenamos unos a otros para seguir siéndolo. Siempre estamos criticando, valorando, juzgando, vigilando, espiando, censurando, controlando, acechando, reprendiendo, reprobando, inquiririendo, indagando, murmurando, despellejando. Hay días, como el de ayer, en los que se me olvida coger los escudos, ponermela coraza, enfundarme el chaleco antibalas y hasta la mascarilla de oxígeno. Es así como, por unas horas, el mundo se me hace irrespirable y acabo pensando que todo, incluido yo, es inhumano.