Nota al margen



No sé si ustedes, pero yo lo noto. A veces prefiero la locura de lo perceptible a la serenidad de lo percibido. Y lo noto mucho. Regresa con energía medieval, con ánimos de cruzada, la ideología de lo congelado, lo petrificado, lo constituido, lo inamovible, lo sistemático; se elevan a la condición de imprescindibles los principios del punto muerto, y sálvese quien pueda; los altavoces de los medios de incomunicación vociferan las consignas necesarias para lograr un planeta en stand by; resurgen las cortesías del mírame pero no me toques; se siembra lo más insistente de la prudencia, lo más inseguro de la seguridad; se predica la teología de la prevención, la moral de la cautela y, sobre todo, esa visión extrema del mundo que acaba proclamando ni se te ocurra decir nada en contra de mi porque si no te mato. Y a todas horas escucho que lo mejor de todo esto es que, por ejemplo, si te despiden, ya no hace falta recordar lo rebeldes años 60, ni montar un teatro ni salir a la calle a cantar rap y protestar. Te tomas una Coke y ya está.