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Escribir con el corazón Me temo que, para muchos escritores, más que una muestra de sinceridad o una señal inequívoca de autenticidad, el hecho de escribir con el corazón supone, ante todo, adoptar una postura incómoda. Escribir con el corazón exige al escritor una actitud corporal agotadora capaz de provocarle lumbalgias, artrosis, crueles desengaños amorosos, pérdidas de la virginidad de forma reiterativa, asombrosas mutaciones hormonales, transitorios cambios de sexo, problemas respiratorios como el asma y otras minusvalías deformantes absolutamente recomendables. Porque, vamos a ver, para escribir con el corazón, tras la no menos difícil elección de una determinada herramienta de escritura, el escritor en cuestión deberá atravesarse la aorta con pulso de cirujano y con una precaución tan excesiva como necesaria para sangrar no más de un litro y, finalmente, no morir en el intento. No menos grave es que, en dicha actitud corporal, con el artefacto de tinta ya clavado en el pecho y el corazón abierto sobre el papel en blanco, el aspirante no podrá sino verse obligado a inclinar el tronco hasta la única y poco decorosa posición supina en que le es posible caligrafiar cada letra de sus palabras con cautelosos movimientos del tórax, sin olvidar los riesgos que corre su vida en el caso de que una costilla pudiera quebrarse, que una astilla nadara desde cualquier arteria hasta los ventrículos, o que un arma traicionera y sediciosa pudiera emboscarle y embestirle por la espalda, lo que supondría llevar el Kamasutra a sus últimas consecuencias. Por tanto, escribir con el corazón es una tarea complicada y, ante todo, una magnífica violación de toda clase de ergonomía, además de una descarada provocación a los fisioterapeutas. Mejor un corazón revolucionando que cualquier ideal revolucionario. Escrito por jose el 29 de noviembre de 2003, 8:55:01 CET |