Hueco IV



No hay caminos de vuelta, no hay retorno, pero anhelamos siempre regresar contra toda pérdida antes de que el imperio de la costumbre conquiste nuestra paciencia y la sangre corra a la velocidad de la luz por rascacielos y mezquitas de París a Tierra del Fuego, de Pequín a Ciudad del Cabo.

La televisión por doquier dice, y por decir algo, que es necesario enyesar esta mirada no sea que una nueva fractura nos rompa los espejos. De lo imprescindible a lo inevitable, el espejismo de la necesidad dicta esa eternidad preventiva que regalamos ya a nuestros hijos como sonajeros, como huesos golpeándose, golpeándonos contra el destino a pesar del eco de los cadáveres.

No hay caminos de vuelta, no hay retorno, y es cierto que ensayamos con mayor perfección que el amor el odio. Suerte que durante la representación nunca hay balas para todos y que el apuntador también olvida el diálogo. Ningún misil es infalible.