Hotel de montaña



Están las escaleras de acceso y la puerta semiautomática. Está la recepcionista simpática que aprendió a hablar sonriendo, pero sola. Está el botones bajito, delgado, bizco, atento, solo, sin duda solo. Están los niños solos que juegan solos con los botones del ascensor. Están sus padres solos tomando un wisqui en el bar. Están las tarrinas de mermelada que desayuna un hombre viejo y solo. Está la pareja que fornica en la habitación de al lado como si solamente ellos fornicaran. Está el esquiador alemán rubio que pide más café solo y se va a las pistas. Está el que ronca, pero acompañado. No está el japonés con cámara, pero extraordinariamente hay una japonesa guapísima. Está la limpiadora en los pasillos que trabaja y cumple con la regla de saludar a los clientes. Está en el hall la lámpara dorada de mírame y no me toques. Está alguien que se me parece demasiado, que se pregunta dónde habrán escondido el aseo del restaurante. Están las montañas nevadas. Está el frío también y todo el mundo corriendo hacia alguna parte. Está la vida inexplicablemente.