Francia dice "sí" al velo. Al suyo.



Después de un intenso debate nacional, algo que sin duda la honra, Francia ha aprobado finalmente la ley por la cual se prohibe, entre otros símbolos religiosos, el uso del velo islámico en los centros educativos. El gobierno y la oposición han votado, por lo tanto, en contra de las reivindicaciones de millones de ciudadanos franceses musulmanes. El Col·lectiu J. B. Boix escribía ayer, en el diario Avui, que "se empieza por el velo y después se pide que la piscina municipal abra en horas separadas para hombres y mujeres". Un momento... No puedo estar de acuerdo con este afirmación tan simplificada y rotunda. Porque, puestos a exagerar, esto es como decir que "uno empieza fumando porros y acaba inyectándose heroína". Me explico.

Si aceptamos que la religión y las creencias colectivas, como la ideología, como el arte, forman parte de la expresión cultural de los pueblos y de las personas, tenemos que saber ver también, sin velos que nos cieguen, que la prohibición de un determinado atuendo (que también es, en sí mismo, libertad de expresión), recorta derechos fundamentales de la comunidad que lo lleva. Del mismo modo, pues, se podría rebatir la afirmación del Col·lectiu J.B. Boix aseverando que "ahora se empieza por la prohibición del velo y acaban prohibiéndose las camisetas de Marilyn Manson". Porque, de hecho, ahora, los musulmanes franceses, con los mismos argumentos, tanto los morales como los cívicos y legales, estarían en el derecho de exigir la prohibición de las mencionadas camisetas roqueras; porque podrían volverse en contra de su civismo y de su religión, porque podrían amenazar su derecho a sentirse seguros, porque podrían crear gran malestar social, porque podrían provocar violencia, etcétera. Y no tendrían así razón, como no la tienen los que prohiben el velo. Aclarémonos: no es lo mismo llevar el velo (siempre y cuando la mujer esté totalmente de acuerdo, claro está, y bien segura de su religión y creencias), no es lo mismo esto que cambiar las leyes más cívicas de un estado para adaptarlas a las más incívicas de una cultura diferente, como es el caso de la citada separación de los sexos en espacios públicos. La afirmación del Col·lectiu J.B. Boix esconde, por tanto, una grave falacia.

"Siempre sin imposiciones de importación", añade finalmente este colectivo. Posiblemente porqué en su concepción de cultura pesa más la idea de que las culturas son un mercado que hace falta proteger y no tanto unos valores que nos pueden enriquecer. Las culturas son más que un mercado. Y, por si acaso, la única cultura de la que haría falta protegerse, por invasiva, masiva, uniformada y global, sería de la norteamericana, y no de las invadidas y cada vez más agredidas, como es el caso de la árabe y/o musulmana. Muchas veces fraudulenta y fingida, la pretendida seguridad nacional (que, como Estados Unidos, también Francia pone encima de la mesa con estas prohibiciones), ha servido para ejecutar acciones paralelas de gobierno para la mayoría inmorales, con total impunidad. Nadie puede censurar o condenar al otro porque nadie conoce perfectamente al otro. Y esto enlaza con otro post que escribí en la Oficina de Objetos Perdidos. Tanto si lo que está buscando el gobierno francés es una reducción de las cifras de la delincuencia motivadas por religión o creencia, como sí es un fortalecimiento de la unidad nacional empalagándose con un exceso de laicismo, el uso de la prohibición como herramienta jurídica para lograr dichos objetivos se manifiesta éticamente inválida.

Si fuera necesario, si realmente fuera una cuestión de violencia injustificada (y no lo que es: de incomprensión entre culturas), seria yo el primero en defender la construcción de una auténtica autopista moral por la cual pudieran circular todos, pero no se puede legislar a la ligera sin hacer caso de las vivencias comunitarias de los pueblos (y de esto, por ejemplo, porque lo hemos padecido, sabemos bastante los que hablamos catalán). Integrar las culturas diferentes no significa obligarlas a conducir por un carril más estrecho que las demás. Y que no acaben de funcionar las políticas de integración no significa que no puedan funcionar; simplemente significa que no se han aplicado adecuadamente. Un ejemplo sencillo: ¿Qué pensaría el Col·lectiu J.B. Boix si a los aficionados del Barça no residentes en Catalunya les prohibieran ir por la calle con una camiseta del Barça, alegando que provoca violencia? Vaya gracia, no? En todo caso, estas prohibiciones no suponen solamente una represión inmediata. Existen consecuencias a largo plazo. ¿Quien continúa pensando que no existe una evidente agresión global contra el mundo árabe, sea o no islámico? Que la cruzada sea premeditada o no es otro debate, pero el hecho incuestionable es que, tanto en las sucesivas ocupaciones preventivas de territorios en Palestina, en Afganistán o Iraq, (...), como en todo este saco de intervenciones jurídicas, también preventivas, de Francia, la víctima sigue siendo la misma. Un síntoma más de qué la situación no mejora nada son las recientes y masivas manifestaciones en Egipto, un país que hasta ahora había sido, en este concierto, un espectador silencioso. Curiosamente un país que, dentro del mundo árabe, ha venido haciendo frente al panislamismo radical iraní.