Soluble



Últimamente tengo mucho sueño. Antes de las once de la noche comienzo a desear la cama, con lo que a mi me gusta trasnochar. Siento que estoy cansado de muchas cosas, pero nada me cansa más que trabajar. Definitivamente, el que se inventó la frase "el trabajo dignifica", una de dos: o era tonto, o era rico. A primera hora de la mañana, suelo informarme de los ambiciosos y falsos planes de los políticos, de los cadáveres diarios, de los robos de los magnates y de los banqueros. Llego a indignarme, a veces con verdadera furia, por conflictos en los que cualquier intervención mía es inservible, invisible, completamente inútil. Muchas veces no me doy cuenta de que es más importante que vigile al constructor del edificio cuya fachada invade medio metro de acera pública, que denuncie a la empresa que constantemente corta el suministro de luz, que le dedique una sonrisa mínima al vecino del sexto, que me ría de absolutamente todo durante una hora al día como mínimo o, simplemente, que suba las persianas para que entre el sol de invierno por toda la casa. Quizá ni eso. Es una lástima que me entrene tanto en perder energías. En insultar al que no cede el paso en las rotondas. En llegar puntual a mi puesto de trabajo, no porque vaya a llegar después, sino para no llegar antes. En gritar dentro para callar fuera. Pasa media hora de las once y me pregunto si haber sobrevivido a las ganas de dormir habrá sido otra pérdida de energías; pero en parte me alegro porque también me pasa que no puedo acostarme sin dejar escrita alguna cosa, aunque sea algo que me interese solamente a mi, aunque sea otra pérdida, otro objeto más de esta oficina. Como decía Bretch, la humanidad tiene muchos problemas por resolver, aunque no insolubles. Así que me voy a beber un vaso de agua y, bueno, me disuelvo ya. Que falta me hace. Buenas noches.