Vicioso, vicioso...



Hacía tiempo que no me decían que soy un vicioso. Y es verdad: soy un vicioso, y de los peores, de los reincidentes convulsos, de los epiléticos sicalípticos, de los onanistas más siniestros. Hasta el paroxismo. Soy un vicioso de esos que no atienden a razones, de los que piensan que las purísimas virtudes son un excremento al servicio del capitalismo: mejor cinco que dos masturbaciones, mejor diez que dos copas de vino, y eso si el vicio da de sí, si se tolera a sí mismo y si el cuerpo aguanta. Me levanto por la mañana pensando en el vicio, en dar vicio, en ser un vicioso total: bebedor, comedor, follador, usurpador, poeta capullo, y en fin, qué les voy a contar, un vicioso como otro cualquiera. Vicioso, vicioso... Cuando me llaman vicioso me siento a veces halagado: eso es que alguien tiene envidia de mis vicios... Desde luego, hay que joderse...., para qué esa envidia de mis vicios, ¡pero si yo los contagio de buena fe!