Diagnóstico



Hace semanas que estoy si estar, ando desprovisto de mi, me busco con lupa, con microscopio, me siento a mil años luz, y ya voy haciéndome falta, echándome de menos. Me miro y no me veo, me grito y no me oigo, me toco y no estoy. No sé dónde me fui ni cuándo volveré a verme. Me pregunto cuántas serán las arrugas cuando vuelva; tampoco si habrá un atardecer de otoño dispuesto a acogerme como suele suceder en estos casos. Hago señales de humo, dejo conectado el contestador automático, pongo el intermitente antes de girar para siempre por esa calle del desencuentro y me escribo cartas a ninguna parte para recordar que un día desaparecí de mí, sin avisarme. Cuando me alejo tanto de mi, de ese yo que creo que soy, cuando la lejanía me completa, todo yo es perspectiva y recupero entonces mi profesión de estatua en el centro de todas las plazas. Como dijo Eugénio, si el viento viene, no tengo más remedio que abandonarme y ver hasta dónde me llevan sus espíritus.