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Salmo II Qué felicidad. Sois los elegidos. És fácil. Para ser los elegidos sólo hay que creer ser los elegidos. No existieron en la antigüedad hijos de puta más sabios, aunque sí algunos sabios infinitamente más hijos de puta, lo cual nos ofrece una refinada perspectiva de por qué os dejáis imitar. Creisteis en vuestro reino y reinais. Inventasteis lo prioritario: el semáforo. ¿Se puede pedir más? Claro que sí. Si no os conociéramos... Un orden perfecto realiza secreto todo vuestro trabajo, un engranaje exacto de manos y de llagas, valles enteros de espaldas como alfombras, colmillos hambrientos de sueños in vitro. La cosecha está preparada. Nada excede límites. La libertad es un conjuro que lanzasteis tras las sombras y el infierno os ilumina cenital contra toda adversidad. Qué felicidad. Os envidian los dioses, cuyo ombligo ha sido canjeado por la sonrisa cadáver de un recién nacido. No podéis parar el mundo, es verdad, pero sólo vosotros sois los propietarios de cada una de las piedras necesarias que detienen a favor del cerdo las ruedas del planeta. Qué felicidad. Aquí lo tengo. Por el cuello. Miradlo. Es vuestro producto humano. Puede hipotecarlo todo. O casi todo. También es feliz, quiere ser feliz, intenta ser feliz y puede ser feliz; y puede embucharse cuatro metros de intestino; y puede hacer cola para matar al prójimo; y puede escribir su nombre en listas de espera; y puede conservar en lata sus cuatro extremidades; y puede hacer horas extra sin cobrar ni rechistar; y puede manifestarse de siete a ocho si no hay sangre; y puede muscular su odio contra sus tristes miedos; y puede morirse de hambre si nace en tierras huérfanas; y puede pagar a crédito el mejor de los ataúdes; y puede mantener frescas las ideas en el frigorífico; y puede depositar sus esperanzas en un banco de semen; y puede apostar el amor a una sola carta; y puede congelarse durante el próximo milenio. Y se me olvidaba: puede asesinaros, una muerte que, en fin, os preocupa muchísimo menos que la perdurabilidad de vuestro engaño. Vosotros no sois menos suicidas, amigos míos. Qué felicidad. Podeis hipotecarlo, aplazarlo todo. O casi todo. Ahora solamente os falta averiguar cómo retrasar el próximo latido. Escrito por jose el 30 de marzo de 2004, 0:51:13 CEST |