Cambios



De repente hay algo inexplicable que todo lo cambia. Podría ser ese lienzo de nubes rojas mal colgado en la pared, el grito de un niño en la calle cuyas palabras casi no alcanzo a distinguir, que esta tarde no cojas la chaqueta para ir a clase de alemán, emitir un adiós sordo, con un exceso de indiferencia. No sé exactamente qué es lo que determina que, de golpe, de un día para otro, la luz adquiera matices tan diferentes, que me acostumbre a besarte del revés tumbada en el sofá, que sin saber por qué tu mirada se me vuelva desconocida en presencia de alguien, que las voces del prójimo sean percibidas en otro nivel, que empiece a escuchar la música con una sobredosis de nostalgia, que me olvide las llaves del coche dentro del coche. A veces pienso que, como un virus, se introduce en nosotros una mutación totalmente invisible de nuestras propias rutinas diarias, a pesar de las rutinas; una ruptura ínfima con lo cotidiano, imperceptible incluso por nosotros mismos, generando en nuestro interior enormes terremotos a cámara lenta, mayores de lo que en un principio pudiéramos pensar o esperar, sueños impredecibles que por la noche nos atacan a coro, vendavales que en vez de arrebatarnos, de conducirnos a un punto imprescindible de locura, lo que hacen es disolverse lentamente, fluyen como ríos mudos dentro del mar, recorren como una gota de aceite cada uno de nuestros nervios. No se puede explicar lo inexplicable, qué contradicción, pero no encuentro otra forma de decir, por ejemplo, que ayer me limité a preguntarte el precio de tu perfume, casi despistado, como si nada, y que hoy tu perfume me traiga, sin embargo, los más gratos recuerdos de aquel año en que te conocí. Y que me quede pensando un rato. Y que me apetezca solamente mirar el techo. Y pensar que tenemos que cambiar la lámpara del dormitorio. Es entonces cuando se me mete muy adentro, como una niebla, un sentimiento que nunca soy capaz de pronunciar.