El mal gusto



A veces me gusta comprobar cómo, de qué manera no gusta lo que comunmente se entiende por mal gusto. Evidencia doble moral, si no triple. Es la fobia de los refinados, de los gourmets, de los cuidadosos, de los que se esmeran por todo. O casi todo; porque no dejan de asombrarme, por ejemplo, esas familias pulcras embutidas en sus automóviles que hacen cola para comprar y engullir hamburguesas en los McAuto; familias que, sin embargo, llegarán después a casa y borrarán los restos de grasa química de su dentadura con dentífrico - acción - total - blanqueante - efecto - plus - ultrapurificador. Y porque las sotanas huelen a naftalina, a moral a la venta en anticuarios, porque si no los macmierda podrían incorporar sacerdotes que repartieran hostias y confesiones a 1 euro, para de paso purificar las almas... Las mismas familias que vomitarían viendo cualquier película de Pier Paolo Pasolini pero que, en cambio, son capaces de tragar, maravillados, esa oh durísima y oh cristiana película que es La pasión de Gibson. No dejan de sorprenderme menos los que nunca irían a un macauto porque es de mal gusto ir a esos sitios (su marquetín yanquinvasor les resta glamour) o que nunca verían la pasión de Gibson porque es "demasiado católica", ahora que lo guay es la (hipócrita) solidaridad con los árabes y los palestinos. En verdad, ¿qué es el mal gusto, si todos deglutimos basura a diario? ¿Qué es lo que nos sabe mal?

El foco de todo simbolismo de la contaminación es el cuerpo, asimismo el último problema al que induce la perspectiva de la contaminación es la desintegración corporal. El simbolismo corporal adquiere unas connotaciones altamente emotivas, todo lo que sea un desperdicio corporal es sinónimo de peligro. Todo aquello que hace referencia a los límites del cuerpo, que atraviesa sus fronteras (cualesquiera de sus orificios), que signifique restos corporales (de piel, uñas, pelo...), que brote de él (esputos, sangre, leche, semen, excrementos...), tiene el calificativo de altamente peligroso, de impuro. Siendo la contaminación más peligrosa la que ‘se produce cuando algo que ha emergido del cuerpo vuelve a entrar en él. (Orden y Caos. Un estudio sobre lo monstruoso en el arte, Anagrama, Barcelona, 1970, p. 37)