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Cuando ella decidió separarse definitivamente de él, se sentaron en un café y le contó que lo hacía porque lo amaba de verdad, que se separaba sólo por amor, y le aseguró, con toda la sinceridad de su alma, que tomar dicha decisión dependía únicamente de que seguía queriéndolo y no de lo contrario. Él no pudo entender entonces cómo era posible que un sentimiento tan intenso le exigiera provocar su opuesto; era incomprensible para él que un alejamiento premeditado, una disolución preconcebida, una ruptura intencionada, pudiera ser una propuesta con origen en el amor y con destino en el adiós. No pudo entender de ninguna manera que el distanciamiento voluntario pudiera ser también un acto de amor. Ella tampoco lo entendía, pero lo había leído en un libro.