Intestino



Lo que me molesta de vivir, o no vivir, dentro de un sueño no es su fondo submarino, sus algas, sino no darme cuenta de que estoy buceando a contracorriente o que, ignorante, estoy rozándome como un gato entre los pies a alguien que duerme sin ansiedades. Qué objeto tan extraño el dolor cuando no ocupa mi cuerpo. Caminar por parajes desconocidos, donde los toboganes y las canicas ofrecen una lectura en braille del laberinto, es una afición difícil de explicar a quién no aprendió a quedarse ciego o no usa los mismos océanos para romper brújulas. Dentro del sueño, nada que ver con el vino rancio, siempre hay un monstruo que, sin fortuna, pretende asustarte, consciente él de sus cualidades monstruosas, pero su incapacidad para dejar de ser imbécil y, sobre todo, su impotencia en la asimilación de las obvias disfunciones de la ternura, me consuela hasta el punto de no lamentar sus funerales cotidianos. Que se muera. Dentro del sueño, hay alguien que se parece a mi, alguien que sube siempre en ascensor al planeta para tirarse de cabeza por sus toboganes a buscar las canicas que le facilitarán un olvido grato, veloz, sin heridas, contenible. El sueño no es la excusa, es el goce. La excusa viene después, con la llegada al mundo y, sí, son estúpidos, porque siempre es la misma: disculpen el retraso, estaba probando los espejos.