Playa



Alguien tiene el valor de repartir gratis los bronceados a pesar de las palmeras y los apartamentos. La sombra de agua que abandona tu sonrisa se seca al sol de esta playa donde garantizamos el turismo del país. Antes de convertirnos en mandíbula de calavera, conversamos, sin mucho afán, de la necesidad de gritar al resto de esqueletos de que no bastará la lluvia sino un orgasmo mortal de Dios para apaciguar la máquina de los sueños. Es inútil y cansado. Demasiado pedir para dos como nosotros, dos niños como nosotros quiero decir, dos faros perdidos digo, dos hogueras de sal bajo el iceberg que edificamos por el bien de la humanidad; demasiado horizonte, también, para besarnos una sola vez desde esta orilla donde somos diferentes. Nadie nos arrebatará, al menos, este instante de gloria absoluta, el dolor de recorrer la velocidad del perfume a pescado del puerto, la huída perversa hacia el fondo de la tarde, exactamente detrás de los sauces en la niebla. Dicen que el amor ocupa a veces poemas como si la verdad tuviera una responsabilidad, un último sentido, pero nosotros preferimos leernos los labios porque, al final, recuerda, al final nunca se sabe; cualquier día puede que nos despertemos en mangas de camisa, con palas en las manos, llenos de heridas iluminando el basurero.