Ludd



Hace meses, demasiados ya, que contemplo una procesión de máquinas, adquiridas por un individuo que no soy yo; máquinas y máquinas que quisieran imitar al arco iris, la velocidad del rayo, la ergonomía de los sueños; máquinas que desfilan monstruosas ante mis ojos, relucientes, desafiantes, mientras mi cuerpo y mi mente no pueden sino seguir trabajando sin otra usura que su propia resignación. Mi gran pérdida es la pérdida de autonomía y de control sobre mi propia actividad a favor del capital. No mi capital. Ellas no han ocupado mi puesto, todavía no, pero a diario veo cómo acechan, cómo emboscan, cómo maquinan planes invisibles más allá de mi esqueleto. De momento, ya cobran más que yo.