Sexta



No sé a que hora van a regresar mis manos. Siempre llegan tarde a las recepciones y a los adioses, a las bodas y a los entierros. Pasaron varias y no eran las mías. Debo estar atento porque nunca llaman a la puerta. Por ellas he esperado más de treinta primaveras a que el niño brote en el jardín, junto al limonero, a que aprenda a no caerse de los columpios, que logre escaparse para siempre del patio y no vuelva nunca más a usar mis dedos para jugar a las canicas. Pero es inútil, y el niño ha crecido. Ahora es un atleta manco que me persigue, como si yo me alojara en su sombra y la eternidad garantizara este sol del mediodía. Debo explicarle, de una vez por todas, que soy yo el atleta, que son mías sus manos, y que él se quedó un día en el parque, trepando por las ramas del viejo árbol, buscando nidos de pájaro. Como en la foto.