Coste de oportunidad



A veces la euforia es mi enemiga, pero más un lunes por la mañana. El descanso del fin de semana permite, generalmente, que los lunes me levante con gran ímpetu y optimismo. Aunque todo este vigor sea absolutamente real durante la primera hora del día, mi conciencia no puede dejar de adelantarse como un reloj a ese yo enérgico que, filtrado por la fábrica, voy abandonando para convertirme en un borroso espejismo de mi mismo que, al final de la jornada, se desdibuja hasta el sueño. Por esta razón, desde hace un tiempo, cuando me encuentro en este estado incontrolable de intrepidez anímica, procuro realizar un cálculo aproximado de mi derroche de energías antes de emprender cualquier tarea. Si observo que la realización de una tarea en un tiempo X me va a costar por lo menos un poema, que es mi moneda de cambio, esa misma tarea será prolongada X+n hasta la oportuna reducción de mis costes de producción. Se trata, en definitiva, de hacer frente al coste de oportunidad que se me presenta todas las noches: ronquidos o poemas.