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La ciencia del arte y viceversa Texto dedicado a iNWiT y su «Teñidor industrial»
Antes optaría por una poetización de la ciencia que por una cientificidad de la poesía, aunque los dos son mares para la exploración de un mismo océano previo a momificarnos por los siglos de los siglos dentro del sarcófago del canon. En esta aventura, no podemos renunciar ni a nuestro derecho a renunciar. Para no petrificarnos, en ningún momento debiéramos desistir del estudio del álgebra aplicada a las acrobacias de la percusión para que, al ritmo de los tambores, aniquiláramos todos los hilos musicales del mundo con la simple suma de un par de latidos. Música y biología. También sería un terrible error, una cobarde dejación, abdicar ante el vital descubrimiento de que los elementos químicos que se mezclan en nuestra saliva varían sensiblemente de Dante a Bretch en el mismo instante en que empezamos a reproducir el primer fonema de alguno de sus versos. Poesía y quimica. Por otra parte, me pregunto cómo es posible que alguien decida por nosotros el abandono de cualquier investigación destinada a conocer a fondo la clase de luz que atacó, como un tigre hambriento, las pupilas de Monet con el único objetivo de que no perdiera la santa paciencia de pintar la catedral de Rouen en varios momentos del día. Física, pintura y religión. ¿Y qué me dicen del primer gran tratado de ergonomía vertical publicado en mármol que es el David de Miguel Ángel? ¿Es que la halterofilia de levantar una estatua de más cuatro metros de altura, generosamente proporcionados a lo largo y ancho de todos sus miembros, no es suficiente para demostrar que Buonarroti tenía una noción de superhombre muchísimo más desarrollada que Nietzsche? Deporte, escultura y filosofía. A diario nos persuadimos de que la fotosíntesis que experimentan los libros de botánica exhibe un dominio de la luz mucho más eficaz que el de los propios artistas. ¿Por qué? Por lo que me toca, para que no se diga que no hago autocrítica ni automovilismo, observo que los poetas seguimos preguntándonos, para no perder la costumbre, por qué extrañísma razón no somos leídos, pero tampoco no esforzamos lo más mínimo en asumir que, por ejemplo, en la sublimación del tiempo hemos dejado de mostrarnos más intrépidos que el departamento de Física de la Universidad de Oxford, por no hablar ya del pleonasmo en que hemos convertido el uso de las figuras retóricas. Aunque de esto último la responsabilidad es, sin duda alguna, de los profesores de literatura, que de niños nos flagelaban con el ejercicio macabro de los comentarios de texto. De la tortura hablaremos otro día. Escrito por jose el 27 de octubre de 2004, 1:17:26 CEST |