La mano



La mano. Una mano. Tu mano. La prodigiosa, la intrigante, la inconmovible mano. De carne y de arterias, de sombra y de asombro, de llantos y de nervios, de adioses y de esperas. La mano dionisíaca, la mano amanecida, la mano delirante, la misteriosa mano; la acechante, la erizada, la desnuda, la irrepetible mano.

Tu mano.

La mano con su espasmo, con su sangre y con su espanto, con su aire y su caricia. Con su roce de insomnio, con su hambre esponjosa, con su cruce de sueños, con su luz fundadora, con sus pájaros tiernos se levanta, me despierta, se amalgama y se posa. Es la mano. Una mano. Tu mano. La expectante mano. La íntima idílica, la orgiástica, la helénica mano.

Tu mano.

La mano que toca, y toca mi mano. La mano que escucha, que habla y que vuela, la voladora mano, la mano en la nuca, en las ingles, los labios, las palabras, los días, el corazón en la mano. Una alegría, un cataclismo, un abrazo de mano y, al vuelo, la mano que duele y, tocando, me besa y me mira. La mano. Una mano.

Tu mano.