Vicioso, vicioso...



Hacía tiempo que no me decían que soy un vicioso. Y es verdad: soy un vicioso, y de los peores, de los reincidentes convulsos, de los epiléticos sicalípticos, de los onanistas más siniestros. Hasta el paroxismo. Soy un vicioso de esos que no atienden a razones, de los que piensan que las purísimas virtudes son un excremento al servicio del capitalismo: mejor cinco que dos masturbaciones, mejor diez que dos copas de vino, y eso si el vicio da de sí, si se tolera a sí mismo y si el cuerpo aguanta. Me levanto por la mañana pensando en el vicio, en dar vicio, en ser un vicioso total: bebedor, comedor, follador, usurpador, poeta capullo, y en fin, qué les voy a contar, un vicioso como otro cualquiera. Vicioso, vicioso... Cuando me llaman vicioso me siento a veces halagado: eso es que alguien tiene envidia de mis vicios... Desde luego, hay que joderse...., para qué esa envidia de mis vicios, ¡pero si yo los contagio de buena fe!




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Amigos






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Río



Si yo fuera urbanista, si no nos aterrorizaran con enfermedades de transmisión mediática, si no llevaramos bozales en los besos ni caparazones en las caricias, si tuviera suficiente dinero para las obras y, sobre todo, si me dejaran..., construiría un río trasparente y termal que partiera en dos todas las ciudades del mundo con la única finalidad de que allí nos fuéramos a bañar todos los que deseamos practicar una orgía diaria al servicio único de nuestro propio deseo: un espacio natural para el intercanvio de toda clase de prácticas sexuales. Esto lo he soñado esta noche con todo tipo de detalles. Pero como, de momento, nada de eso puedo hacer y, además, como hace un buen sol de invierno, me subo al tejado, me pongo en bolas y, simplemente, miro el cielo.




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Soluble



Últimamente tengo mucho sueño. Antes de las once de la noche comienzo a desear la cama, con lo que a mi me gusta trasnochar. Siento que estoy cansado de muchas cosas, pero nada me cansa más que trabajar. Definitivamente, el que se inventó la frase "el trabajo dignifica", una de dos: o era tonto, o era rico. A primera hora de la mañana, suelo informarme de los ambiciosos y falsos planes de los políticos, de los cadáveres diarios, de los robos de los magnates y de los banqueros. Llego a indignarme, a veces con verdadera furia, por conflictos en los que cualquier intervención mía es inservible, invisible, completamente inútil. Muchas veces no me doy cuenta de que es más importante que vigile al constructor del edificio cuya fachada invade medio metro de acera pública, que denuncie a la empresa que constantemente corta el suministro de luz, que le dedique una sonrisa mínima al vecino del sexto, que me ría de absolutamente todo durante una hora al día como mínimo o, simplemente, que suba las persianas para que entre el sol de invierno por toda la casa. Quizá ni eso. Es una lástima que me entrene tanto en perder energías. En insultar al que no cede el paso en las rotondas. En llegar puntual a mi puesto de trabajo, no porque vaya a llegar después, sino para no llegar antes. En gritar dentro para callar fuera. Pasa media hora de las once y me pregunto si haber sobrevivido a las ganas de dormir habrá sido otra pérdida de energías; pero en parte me alegro porque también me pasa que no puedo acostarme sin dejar escrita alguna cosa, aunque sea algo que me interese solamente a mi, aunque sea otra pérdida, otro objeto más de esta oficina. Como decía Bretch, la humanidad tiene muchos problemas por resolver, aunque no insolubles. Así que me voy a beber un vaso de agua y, bueno, me disuelvo ya. Que falta me hace. Buenas noches.




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Así



Abro la ventana. La dejo abierta. Me siento ante ella y miro el cielo. Pasa una paloma, dos. Sigo sentado. Sigo mirando el cielo. El cielo es azul. Miro el cielo durante una hora, quizá dos, no sé cuánto tiempo. La silla es cómoda. Apoyo los codos en la mesa y examino la madera de la mesa. Es agradable al tacto. Levanto de nuevo la mirada y el cielo sigue en su sitio. Pasa otra paloma. Cierro la ventana. Respiro hondo. Así.




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