Selva interior



Hay dolores que no aparecen en el diccionario, que no se venden en las páginas de sucesos ni en los seriales de televisión, que no se escriben en las recetas médicas ni en los manuales de psiquiatría, que no se curan en los hospitales ni con una pastillita de vitamina C. Hay dolores que duelen como mil en un espacio y en un tiempo desconocidos, como nacidos en el centro de ninguna parte y, sin embargo, concretos y compactos como un hueso, una piedra, un pie. Dolores que no entienden de calendarios, invisibles en las autopsias, incomprendidos en los funerales, fantasmas en cada verso, pero que guardan con celo la desgracia de hacer, a la perfección, el trabajo inútil de petrificar la vida. Dolores caparazón que no se extirpan con besos o con sierra automática, ni siquiera con una sopa de tortuga. Nos miden la estatura y encargan trajes elegantes al sastre de la tristeza para acudir a todas las fiestas en nuestro nombre. Dolores que tienen la intensidad que más duele y que se justifican porque me ajustician donde, puedes estar segura, tu nunca los vas a percibir. La boca puede ser la herida más abierta del cuerpo, pero también la más silenciosa. Nunca sangra y se lo traga todo. Casi todo.




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Que no sea peor



Cenaré y engulliré las uvas. He estado triste todo el día y, si por mí fuera, me iría a dormir ahora mismo. En esta noche anciana está más claro que nunca por qué siempre preferimos celebrar el año que viene, y no el año que pasa. Este año el mundo ha sido peor que el pasado. Como mínimo, que siga siendo peor que el que viene. Si por pedir fuera. Si dependiera de nosotros. No es que quiera aguar la fiesta a nadie (rectifico: a algunos sí), pero ¿no da como vergüenza desearse la paz con un chinchín? En fin. Ahora es cuando al levantarme tropiezo y me echo el cava encima. Salud.




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Sobre el autor de este blog.



Jose(p) Porcar nació en Castelló de la Plana (confluencia del paralelo 40° y el meridiano 0° de Greenwich) en el año 1973. Es licenciado en Periodismo. Mientras buscaba trabajo relacionado con sus estudios, completó sus conocimientos de panadero en la legendaria panaderia «Miralles» de su ciudad natal; consiguió después trabajar unos años como periodista en la prensa local, oficio mal pagado y poco agradecido que abandonó como dedicación exclusiva, para poder incorporarse al gremio de las artes gráficas, donde ha ido especializándose en el campo de la edición y el diseño de publicaciones. Ha publicado un par de libros de poesía en lengua catalana.

Observaciones

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Interiores



Todas las tardes de domingo se parecen como pistolas, aunque por suerte algunas se dejan vivir con menos barrotes y con mayor sosiego que otras, lo que permite que, gracias a la tradicional procesión de asfixia, mi esqueleto se relaje una rato en el sofá y sus doctos discursos sobre inactividad cerebral se muestren menos convincentes. Como ya hace domingos que entreno, por fin la de hoy se me cae de las manos más lenta, como el aceite, y se descuelga en hillillos desde las yemas de mis dedos hasta cualquier objeto de la casa. He dado un paseo, hemos ganado por goleada el partido de fútbol sala, y después, desganado, me he puesto a husmear renglones de varios libros que nunca acabo de leer, páginas religiosas de Pasolini que voy leyendo como si fueran leyéndose a sí mismas, páginas que insisten en no dejarse leer y ya están cansadas de que intente leerlas; he apagado y encendido dos veces la radio, dos más la televisión, una vez la cocina, una docena el interruptor de la luz y, con ésta, dos el ordenador... Pero todo es inútil. No hay pistas. Aunque lo intento, sigo sin ver a Dios por ningún lado. Así que con un domingo tan patas arriba como éste, no hay nada mejor que hacer que imaginar qué sabor tendría un beso de Lauren Bacall, tratar de comprender por qué no soporto las palomas si, en cambio, ellas a mí sí me toleran, darle vueltas a por qué precisamente hoy, y no ayer, hay cigüeñas de travesía por estos lares, repasar uno a uno todos los símbolos y signos religiosos de una película tan poco original como Matrix, o simplemente ponerse a mirar en silencio como desfallece por la ventana esta tarde idiota justo en este instante interior que, de perfil, tanto se parece a la palabra ausencia, al adjetivo gris y, más que nada, a mi cara de sueño.




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