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Exhibicionista como soy, me gustaría decir cómo me siento, pero incluso en esto dejo ya de ser sincero. Para llegar al centro de lo que diría, el laberinto mismo de llegar al mi, ese que casi no soy yo, me cuesta ya un trabajo que jamás podría pagar con dinero. La putada es que aún así lo intento... Ja! Como Jime bien diría... Ja, ja, ja! Estar vivo no es suficiente. Ni de coña. Ni siquiera, amor, es algo decir te quiero. No nos engañemos: lo mejor es ser adolescente y, sobre todo, bailar y estar borracho. Archivamos olvidos en bolsillos de viejas chaquetas, y un día cualquiera hallamos allí papel pelusa, piel pelusa, amor pelusa, pelusa al fin, de un amor que, parece ser, construimos en una sola noche. Ni más ni menos. Exhibicionista como soy, me gustaría decir, decir cómo me siento, pero incluso en esto dejo ya de ser sincero. Eso sí... ¡Cuánto me quiero! Y me molesta quererme tanto. ¡Tanta gente se va a poner celosa! ¡Sobre todo, sobre todo los que por eso no cobran! Pelusa al fin. Puta al fin... ¿Qué más? Nada... Eso, amigos, amigas. Un beso.




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Punto ya parte



Ahora prometo ser yo. O uno que se le parece.




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Vita brevis



En la ventana superior, el blog.

InDesign en la inferior.

¿Y dónde estás tú, amor?




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Insomnio



Madrugada de martes y me llora un ojo. Hace días que me llora un ojo. Sólo uno. Y estoy cansado. Y me como la cabeza. Con patatas. Madrugada de martes y el vecino taladra la pared. Y la vecina se ducha, seguramente se depila, a lo mejor se masturba, o quizá no. Quién sabe. Imagino que sí. Y el vecino, que taladra la pared, no oye a su mujer que se masturba en la ducha. Y no me imagina a mi imaginando a su mujer en la ducha. No creo. Madrugada de martes y sus hijos no duermen. Los oigo. Oigo su tele. Pero sus hijos no oyen a su padre, que taladra la pared. Madrugada de martes. Y me llora un ojo. Y estoy cansado. Y mañana más. ¿Más qué? El insomnio no me despertará mañana a las ocho. Las dos clavadas, y el camión de la basura como música de fondo.




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Frontera



Quizá más importante que ser o parecer es no dejar nunca de aprender a ser o parecer. Su utilidad. No es lo mismo ser tonto que parecerlo, o ser inteligente que parecerlo. Bretch, espray multiusos para cierta progresía, proclamó en cuatro versos una valiosa ley de la utilidad que algunos no tardarían en tildar de reaccionaria, pobre Bertolt: "Quién es útil corre el peligro de que demasiados lo necesiten. Dichoso el que evita ese peligro sin dejar de ser útil". Ser y parecer. Ser útil y parecer útil. Ambas herramientas nos liberan y nos esclavizan, nos regalan a diario nuevas preguntas a nuestras moralizantes respuestas sobre la coherencia y la hipocresía, la sinceridad y la mentira. En el dos mil cuatro aprendí a aprender que jugar con las dos manos no exige otra valentía que sumar fidelidad a la lucha contra todo aquello que nunca dejó de provocarme náuseas. Es la frontera cierta, la cuerda floja del equilibrista. Ninguna novedad, ya lo sé. ¿Qué esperaban? Es lo de siempre: el vómito como límite. La baba derramada a pesar del bozal, la alcantarilla que se desborda a pesar de la alcantarilla, el arañazo de la caricia aplazada. El vómito como límite. Más límite todavía en unos tiempos en que ser uno mismo es, como mucho, el precio que marca la etiqueta. Tanto tienes, tanto vales, no se puede remediar. Si eres de los que no tienen, a galeras a remar.




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