De paso



No deseo que me salgan gemelos, pero mi destino tendría que parecerse un poco a mi meta y que se respetaran como hermanos. Confieso que mi meta es siempre llegar a una meta, pero no para ganar ni para perder, ni tampoco para alardear de que logré llegar y que, en definitiva, hice camino al andar. Mi meta siempre es llegar a una meta, justamente para borrar esa meta que en algún momento pudiera dejarme caer en la tentación de pensar o sentir que he llegado a alguna parte, a un lugar para siempre, a un amor donde sólo me quede pan y memoria. Por eso puede parecer que siempre regreso de un lugar al que no fui y que ya me dirijo a otro en el que, sin duda, nunca habré estado. Y por eso prefiero pasear a desplazarme. Cómo me gustaría saber estar siempre de paso.




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La ciencia del arte y viceversa



Texto dedicado a iNWiT y su «Teñidor industrial»

Antes optaría por una poetización de la ciencia que por una cientificidad de la poesía, aunque los dos son mares para la exploración de un mismo océano previo a momificarnos por los siglos de los siglos dentro del sarcófago del canon. En esta aventura, no podemos renunciar ni a nuestro derecho a renunciar. Para no petrificarnos, en ningún momento debiéramos desistir del estudio del álgebra aplicada a las acrobacias de la percusión para que, al ritmo de los tambores, aniquiláramos todos los hilos musicales del mundo con la simple suma de un par de latidos. Música y biología. También sería un terrible error, una cobarde dejación, abdicar ante el vital descubrimiento de que los elementos químicos que se mezclan en nuestra saliva varían sensiblemente de Dante a Bretch en el mismo instante en que empezamos a reproducir el primer fonema de alguno de sus versos. Poesía y quimica. Por otra parte, me pregunto cómo es posible que alguien decida por nosotros el abandono de cualquier investigación destinada a conocer a fondo la clase de luz que atacó, como un tigre hambriento, las pupilas de Monet con el único objetivo de que no perdiera la santa paciencia de pintar la catedral de Rouen en varios momentos del día. Física, pintura y religión. ¿Y qué me dicen del primer gran tratado de ergonomía vertical publicado en mármol que es el David de Miguel Ángel? ¿Es que la halterofilia de levantar una estatua de más cuatro metros de altura, generosamente proporcionados a lo largo y ancho de todos sus miembros, no es suficiente para demostrar que Buonarroti tenía una noción de superhombre muchísimo más desarrollada que Nietzsche? Deporte, escultura y filosofía. A diario nos persuadimos de que la fotosíntesis que experimentan los libros de botánica exhibe un dominio de la luz mucho más eficaz que el de los propios artistas. ¿Por qué? Por lo que me toca, para que no se diga que no hago autocrítica ni automovilismo, observo que los poetas seguimos preguntándonos, para no perder la costumbre, por qué extrañísma razón no somos leídos, pero tampoco no esforzamos lo más mínimo en asumir que, por ejemplo, en la sublimación del tiempo hemos dejado de mostrarnos más intrépidos que el departamento de Física de la Universidad de Oxford, por no hablar ya del pleonasmo en que hemos convertido el uso de las figuras retóricas. Aunque de esto último la responsabilidad es, sin duda alguna, de los profesores de literatura, que de niños nos flagelaban con el ejercicio macabro de los comentarios de texto. De la tortura hablaremos otro día.




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Desierto



Me preguntan ¡a mí! qué hay dentro. ¡Dentro! Dentro no hay nada. Pero dentro está el caballo salvaje que bebe en el río y recibe, de repente, un lazo en el cuello. ¡Dentro no hay nada! Pero está la herida de la estatua del niño, que sangra cuando recuerda que decidió, con permiso del planeta, no dejar de crecer. Dentro no hay nada. Pero está siempre el bozal del deseo, la violencia de la fortuna, la succión tenaz, elegiendo piel, ataúd y qué delirio. Dentro no hay nada. Pero está la felicidad terca, fingiendo espejismos contra sus propios oasis. Dentro no hay nada. Pero está el desierto, perfecto y letal como la palabra ausencia, que se atrever a mentir, a diario, que dentro no hay nada. Después llega el animal, un tren por ejemplo, la gente baja, se cierra la herida de la estatua del niño y el mundo existe otra vez. Fuera.




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Gratitud



Así, de repente, sucede, sin llamadas ni reclamos, que uno siente y recibe el mundo antes de ser mundo, en ese instante imprevisto que precede a la plaga de la existencia. Así, de repente, sucede, sin aviso del juez, sin sirenas, que todos los sueños son sólo uno, y la primera de las consecuencias, y sin duda de las más graves, es que el viento es nombrado para explicar en otoño la caída de las hojas. Así, de repente, sucede, sin que nadie te pida cuentas, mientras los dioses duermen, que uno recoge un aliento, refugio entre los refugios, como si espacio y tiempo respiraran a favor nuestro, como si un abrazo anónimo nos pillara desprevenidos. Así, de repente, sucede, que uno se siente más vivo.




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Método



No vale la pena, ni la alegría, que pierdas o ganes el tiempo golpeando la puerta del cielo. Golpe o canción, siempre será un tiempo derrochado. Llegará ese día en que reconocerás que basta solamente con escoger un bosque y tumbarse boca arriba para contemplar cada una de las ventanas que a ese mismo cielo abren las ramas de los árboles. Quizá comprendas entonces, allí tumbado, que lo más importante no es la postura que hayas empleado para hallar las nubes, que las ventanas del cielo son eternamente un pretexto y que tu deseo de búsqueda no era precisamente un elemento decorativo.




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