Coda



El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. Jorge Luis Borges

Si el tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros y en uno de ellos parezco tu enemigo; si la caricias que te di por un instante no superior al que te amé es ya una enorme adivinanza, o una parábola, un fantasma arrastrando su cadena más allá de tus temblores; si la curvatura de tus nalgas no hospeda ya las interminables tangentes donde mis dedos te calcularon para convertirse en algo verosímil; si inciertos porvenires estallan hacia el infinito donde ya no estás, que es donde ya ni te busco, y reapareces pareciendo un sueño elevado a la condición de herida; si regresas a propósito de la música y otros candores obedeciendo a la soledad que la edad exige como un experimento contra el olvido y los crepúsculos; si vuelves inevitable, que es como siempre eres, inevitable y tierna, es quizá porque yo he aprendido por fin a dejarme vencer en todo lo que tu ganas, con el único y honorable propósito de volver a ver en tus labios lo que una vez ocultó la verdad de tus sonrisas.




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Viuda



He pasado la tarde paseando por el jardín de las sombras. Una voz única insistía en la relevancia de su pena y de su llanto único. Fíjese, señora: aquí creció una flor, y aquí otra. ¿Por qué no se atreve usted a dejarse cautivar por su perfume? ¿De qué tiene miedo? ¿Quién le regaló ese miedo? Hubo un tiempo, de esos que nos gusta llamar pasados, en los que el jardín no era un jardín sino vida perpetua; el amor era su amor, la cena a las nueve, trasnochaba usted poco, y no bastaba un ejército de dudas para atravesar sus fronteras. Hoy mira usted atrás, y no traduzca mirar por envejecer, porque el dolor de sus días no es una cuestión temporal sino su monumental NO a descubrir toda ilusión que perturbe su cénit. Fíjese, señora: usted también es una flor, fue una hermosa flor, y sabe explicar a la perfección la trascendencia de sus espinas: es admirable cómo me demuestra la desnudez de sus vértices. Pero no intente convencerme de que la vida es la gran burla de un destino siempre incompleto, de una carcajada sin rostro. Sólo le voy a pedir, si no es mucho, si se lame las heridas, que considere la simpatía de la existencia de sueños.




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Kreuzung



Tu sangre corre como mi sangre. Else Laske-Schüler [1 - 2 - 3]
El tiempo de las rosas y el tiempo de la sangre transcurren en una misma piel, y no es un error de base, una casualidad, un cálculo de probabilidades, que tu y yo nos hallemos vivos y perdidos en este mismo instante, en esta esquina del universo. Para juntar nuestras horas resultó imprescindible remontar el río hacia la tierra prometida que definitivamente no existe, dar una tregua a los huracanes y a las tormentas que nos enseñaron a cantar y a llorar por el bien de la humanidad. Para juntar nuestras horas fue necesario el último canto del gallo, el único capaz de despertar los nuevos sueños y ofrecernos el descubrimiento de que lo mejor de la vida está por venir. Para juntar nuestras horas tuvimos que nacer. El tiempo de las rosas y el tiempo de la sangre son como las huellas de mis dedos y las huellas de tus dedos; solamente se cruzan una sola vez de una sola forma. Con su caricia irrepetible hemos construido el infinito.



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Sexta



No sé a que hora van a regresar mis manos. Siempre llegan tarde a las recepciones y a los adioses, a las bodas y a los entierros. Pasaron varias y no eran las mías. Debo estar atento porque nunca llaman a la puerta. Por ellas he esperado más de treinta primaveras a que el niño brote en el jardín, junto al limonero, a que aprenda a no caerse de los columpios, que logre escaparse para siempre del patio y no vuelva nunca más a usar mis dedos para jugar a las canicas. Pero es inútil, y el niño ha crecido. Ahora es un atleta manco que me persigue, como si yo me alojara en su sombra y la eternidad garantizara este sol del mediodía. Debo explicarle, de una vez por todas, que soy yo el atleta, que son mías sus manos, y que él se quedó un día en el parque, trepando por las ramas del viejo árbol, buscando nidos de pájaro. Como en la foto.




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Vísperas



La tarde ha sido un paseo por la playa. Podríamos resumirla en un crepúsculo. El éxodo de las sombrillas, las prisas de los bañistas que no se ahogaron, los vuelos rasantes de las gaviotas, los castillos de arena derrumbados como un pais que nadie llora. Tu llevabas unas sandalias azules y un dolor en los pies; yo, un sentimiento del mar, la soledad callada para no ruborizarme, la frágil responsabilidad de las olas jadeando en tus tobillos para calar
a fondo cada una de tus huellas. Te detuviste sorprendida ante el naufragio de un gran hueso de sepia. Te conté que Eugenio Montale se inspiró en ellos para titular uno de sus poemarios. La tarde ha sido un paseo por la playa. Podríamos resumirla en un horizonte. Sólo mirarlo fue dar la vuelta al mundo.




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