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Seguridad La búsqueda incesante de la seguridad provoca inseguridad. Y cuantas más vallas de seguridad coloca una persona o un grupo a su alrededor, muchas más vallas va a necesitar para saciar su deseo de seguridad. Intereses creados, necesidades creadas. Vallas, paredes, tapias, muros, tarjetas de crédito, detergentes con oxígeno activo. ¡La ergonomía como nuevo activo! ¡Compren! Un persona que necesita asegurarse de casi todo lo que piensa y de casi todo lo que hace es una persona extremadamente insegura, sin duda incapacitada para la autocrítica. Una persona verdaderamente segura, aquella que no pone constantemente a prueba su sinceridad y su voluntad, no necesita estar pendiente de su propia seguridad; acata su responsabilidad cuando yerra, analiza sus errores y prosigue su camino. La búsqueda incesante de la seguridad no sólo provoca inseguridad; además, contagia inseguridad al prójimo y procede de personas profundamente temerosas. Debe de ser herencia moral de lo peor de las religiones. El miedo, indiscutiblemente burgués, es la pandemia del siglo. No los medios de producción, no la divisas, no el petróleo sino el miedo es el nuevo capital. Una energía renovable..., por ahora.
Escrito por jose el 24 de diciembre de 2004, 17:15:31 CET
Libertad de inexpresión El silencio como indiferencia voluntaria es una pacífica forma de libertad de expresión que los abanderados de la misma no dudarían en aniquilar por el mero hecho de que no les reporta ningún beneficio económico ni contribuye a la excitación de sus egos.
Escrito por jose el 10 de noviembre de 2004, 16:00:28 CET
Del miedo La afirmación más audaz del Final de partida de Becket, según la cual ya no queda mucho que temer, es la reacción ante una nueva praxis que dio la primera muestra de sí en los campos de concentración y en cuyo concepto, antaño venerable, acecha ya una teleología dirigida a la aniquilación de lo diferente. La negatividad absoluta es previsible y ya no sorprende a nadie. El miedo estaba unido al principio individual de la autoconservación, que se elimina a sí mismo por su propia lógica. Cuando en el campo de concentración los sádicos anunciaban a sus víctimas: 'mañana te serpentearás como humo de esa chimenea al cielo', eran exponentes de la indiferencia por la vida individual a que tiende la historia. En efecto, el individuo es ya en su libertad formal tan disponible y sustituible como lo fue luego bajo las patadas de sus liquidadores. Pero desde el momento en que el individuo vive en un mundo cuya ley es el provecho individual universal y, por tanto, no posee más que este yo convertido en indiferente, la realización familiar de la tendencia desde antiguo es a la vez lo más espantoso. Nada puede sacarle de ese espanto, como tampoco lo pudo de la alambrada electrificada que rodeaba el campo de concentración. La perpetuación del sufrimiento tiene tanto derecho a expresarse como el torturado a gritar: de ahí que quizá haya sido falso decir que después de Auschwitz ya no se puede escribir poemas. Lo que en cambio no es falso es la cuestión menos cultural de si se puede seguir viviendo después de Auschwitz, de si le estará totalmente permitido al que escapó casualmente teniendo de suyo que haber sido asesinado. Su supervivencia requeriría ya la frialdad, el principio fundamental de la subjetividad burguesa sin el que Auschwitz no habría sido posible. ¡Qué culpa tan radical la del que se salvó! Su pago son los sueños que padece, como el de quien ya no vive, sino que fue pasado por la cámara de gas en 1944, cuya existencia posterior entera es mera imaginación, emanación del deseo delirante de una asesinado hace 20 años.
Theodor W. Adorno
'Dialéctica negativa', pp. 362-363, Taurus Humanidades, Madrid, 1992.
Escrito por jose el 5 de noviembre de 2004, 1:02:55 CET
Confirmado Las grietas de la perfección se dilatan proporcionalmente a la potencia empleada en la búsqueda de la misma.
Escrito por jose el 5 de octubre de 2004, 18:27:40 CEST
Antes Era mejor antes. Esto, la vida. ¿Te acuerdas? Pasábamos horas boca abajo, colgados de las ramas por la cola, contemplando en silencio los crepúsculos, sus raíces, devorando frutas silvestres. Lo simultáneo, como lo sublime o lo salvaje, no eran conceptos, sino prácticas. Como el olvido, el amor, la soledad, la esperanza y otros objetos construidos a favor de la resurrección y la vida eterna. Era mejor antes. Sin eternidad. Sin furia. Dúdalo, si quieres, para eso te pagan, pero era mejor antes. Ahora nos colgamos de los postes, telefónicos, de la luz, qué más da, y en ocasiones, como nos aburrimos, nos ahorcamos hasta ese punto en que la respiración depende solamente del temblor de nuestra sombra para comprobar que todavía viviremos un último desconsuelo. Antes, cuando nos colgábamos de las ramas, desconocíamos nuestra propia sombra. La sombra era siempre la sombra de otros, o de lo otro, y servía para guarecerse del sol y dormir. No era una sombra espejo, una sombra guardia, una sombra elegante. Me dices que por culpa de Dios un día abandonamos la selva. Tonterías. Cuando descubrimos que Dios era mentira y que la culpa se la inventó un simio ya era tarde para aniquilar la nuestra. Dúdalo si quieres. Pero era mejor antes. Tú no estarías tan calvo. Ni yo tan cansado.
Escrito por jose el 11 de junio de 2004, 0:16:24 CEST
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