Publicitaria campaña publicitaria



El otro día comenté en un blog la expresión "marquetin solidario" y llegué a la conclusión de que esas dos palabras así de juntas, pegaditas con cola made in Taiwan por cuatro céntimos, no son más que otra operación trasera de marquetin que, evidentemente, no tiene por qué ser "solidario" sino cumplir su objetivo: la rentabilidad. Finura de la caridad cristiana llevada a su modo de expresión capitalista. Existe, por tanto, un marquetin contenedor y un marquetin contenido. Un doble plano; una maleta con un fondo oculto lleno de dinero que cruza todas las aduanas morales. Hace un rato, Juglar se sorprendía de que, en esta Oficina, todavía no se había comentado una "polémica campaña publicitaria" de un periódico español..., que es como decir una "publicitaria campaña publicitaria". Otro caso, en mi opinión, de contenedor y contenido, de marquetin producto del marquetin, de publicidad publicitada. ¿Se acuerda alguien, por ejemplo, de los sexos exhibidos por Benetton en una de sus campañas? Lograr que se haga publicidad de tu propia publicidad (por inmoral, desagradable, sexista, pornográfica,...) se está convirtiendo en una de las herramientas más potentes y que más seducen a las pirañas de los negocios para llegar al máximo público posible; más aún en el caso de la mencionada campaña que, adornada con un veloz editorial de rectificación, con "claves del suceso", opiniones de los lectores..., se dirigía, se dirige a un público muy determinado, es decir, a consumidores de prensa que todavía no se han decidido a dar el paso de la suscripción. De hecho, pienso que si los bloguers cobraran dinero para aumentar las visitas a sus páginas, algunos no serían menos temerarios en sus anuncios.




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Fahrenheit 9/11



Que estoy en contra de Bush, yo ya lo sabía. Que, con la tragedia del 11 de septiembre, comenzó uno de los negocios de armas y petróleo más grandes, lucrativos y sanguinarios de la historia de la humanidad, también lo sabía. Que se aprovechó el inicio de la "guerra contra el terrorismo" para recortar libertades y poner en marcha la estrategia del miedo entre la población, también, también. No me han faltado ganas para ir esta tarde al cine (no sé si decir misa) a ver la última película de Michael Moore: Fahrenheit 9/11, pero me esperaba otra cosa. No diré que me ha decepcionado: funcionará perfectamente como propaganda electoral a favor del Partido Demócrata (aunque pienso que, en parte, polarizando, también a favor del Partido Republicano). En todo caso, si al final la cinta sirve para que la extrema derecha abandone la Casa Blanca, bienvenida sea. Vale. Ahora bien: como hizo en "Bowling for Columbine", esperaba que Moore también hubiera descendido algunos peldaños más de esa escalera del infierno que es el negocio multinacional del petróleo y las armas, aportando más hechos, nueva documentación y datos concretos. Moore no aporta casi nada que no pudiera ser consultado públicamente, hace más de un año, en algunas páginas de Internet. Su mérito está, desde luego, en llevar toda esa información al cine, a un medio de comunicación de masas que Internet todavía no ha llegado a ser. Sin embargo, me he quedado con las ganas de contemplar y entender mejor cómo todo ese material de investigación se ampliaba y se tramaba en el documental.




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Propaganda



Cuando Fukuyama habló del 'Fin de la Historia' se refería (seguramente sin saberlo) al "Fin del Periodismo". Los medios de comunicación han sido los responsables de marcar casi todas las horas en el reloj de los acontecimientos de los últimos siglos y, por tanto, han sido decisivos, en buena medida, en la escritura de esa Historia con mayúsculas que se relata después en las enciclopedias. Escribía el otro día Jaime sobre la objetividad, en referencia al lamento de Arcadi Espada por su inexistencia: "Problemas de que la objetividad no exista. De que los hechos no puedan narrarse con independencia de las creencias... Hasta que los hechos explotan llevándose por los aires narrador y creencias", decía. Incidía Jaime, en cambio, en la necesidad de reconocernos subjetivos y, con toda lógica, alegaba: "yo prefiero que la objetividad no sea más que un mito. No podemos asumir otro punto de vista que el nuestro, y el nuestro, por definición, será subjetivo. Despreciar la subjetividad es despreciar nuestros puntos de vista, nuestras creencias, nuestras opiniones. Despreciar, en definitiva, lo que somos". Estoy de acuerdo, en la teoría.

Antes de pasar la práctica, una teoría más. Tres días después, el profesor Espada citaba un interesante escrito de Leszek Kolakowski, aparecido en la Letras Libres de julio: "Como se supone que el conocimiento histórico consiste en la descripción de hechos, de cosas que realmente ocurrieron, la idea de que no haya hechos en su sentido normal, supone que las interpretaciones no dependen de los hechos, sino al contrario: los hechos son producto de las interpretaciones". Puede plantearse el estudio, desde las Ciencias de la Información, de esta tesis y entrar a fondo en la disección de los acontecimientos que se han producido en España en los últimos meses: atentado del 11-M, elecciones, comisiones. Hechos, teorías, interpretaciones. Objetividad, subjetividad. Paso a la práctica. A mi entender, en España, actualmente, no podemos hablar de periodismo objetivo. Menos todavía podemos hablar del subjetivo. De hecho, no podemos hablar de periodismo, salvo excepciones. Tenemos que hablar de propaganda. Pura propaganda. Puta propaganda. Veo, por ejemplo, a Joseph Goebbels relamiéndose de gusto en su propia tumba al leer el titular de portada de hoy en El Mundo: "Carod y Otegi impulsaron una estrategia para que el 13-M hubiera la «mayor anormalidad posible»". ¡Pero qué malos son, eh! Un lector que pretenda profundizar en los hechos encontrará una llamada telefónica y poco más. En cambio, la explosión del mensaje se produce en plan "los enemigos de España conspiraron para que tras los atentados el dolor fuera más fuerte". Claro que Pedro J. usa la palabra "anormalidad", que retumba más, decorando la "información" con su editorial titulado: "Una estrategia indecente de Carod, que su socio trata de ocultar". El lector de El Mundo habrá olvidado, en unos días, la bomba informativa (insultos, acusaciones, cóleras, rectificaciones...), pero la repetición, el machacado, la perforación anal reiterada del personal va a convencer a más de un lector de El Mundo de lo malos-malísimos que son Carod y Otegi. Propaganda. Persecución. El talante de la prensa. El terror, en bandeja, cada día en su quiosco, por sólo un euro.




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Contrariado



López Aguilar: “Si la mujer amenaza no atemoriza al hombre y sí al contrario”. Entonces queda claro que la ley tendría que proteger más a todos los contrarios.




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Bombas y balones



Imagen ilustrativaSe dice que el deporte competitivo es un dique que contiene la guerra y la destrucción, y que tiene, entre otras, una función universal: ritualizar y sublimar conflictos reales para permitir de esta manera "el mantenimiento de un cierto nivel de dinamismo de una sociedad, y renovar las bases de la cohesión cultural en periodos de cambio social", en palabras de Peter Marsh.

Todo un símbolo de esta teoría es una noticia del pasado día 15 de abril: la pala de una máquina excavadora que removía el terreno de juego de un campo de fútbol dio con un artefacto que resultó ser una bomba de la Guerra Civil (1936-1939). El explosivo, de 75 metros de longitud, había permanecido enterrado a cinco metros de profundidad. Ójala todos los paises del planeta cambiaran las bombas por balones, los campos de batalla por campos de fútbol y las trincheras por localidades. Esta teoría no siempre funciona.




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