Cursillos



Si uno aprende, de forma autodidacta, alguna tecnología presuntamente "compleja" a partir de los treinta años, resulta casi inevitable que se le pregunte: «oye, ¿y quién te dio el cursillo?» Se presupone que, a partir de cierta edad, uno ya no quiere y/o ya no puede interesarse por según qué cosas. Para que no molesten, lo mejor es ponerse pesado en plan «Érase una vez un niño con un Amstrad 464...». La persona interesada en el cursillo pierde las ganas cuando llega el momento de contarle que cargabas juegos de ordenador con cintas de cassete. No te deja que llegues ni a la época del disquette. Así se termina el cuento.




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Feria del qué



Estuve ayer de paseo y compra en la Feria del Libro de mi ciudad natal y, un año más, no me sorprendió ver la cantidad de volúmenes que podrían calificarse de libros de temporada, miles de páginas de usar y tirar, papel higiénico, libros de moda, bestsellers con sus bisuterías, sus galardones y su primaveral juego de complementos (pósters, flores, CDs musicales o interactivos, DVDs, todo regalos de promoción...). Pasa con la literatura lo mismo que con la prensa: cuando vas a comprar el periódico te regalan algo para amenizar la consumición de la materia gris. Estas promociones se han vuelto tan comunes y, sobre todo, tan desproporcionadas, que ya no sabes si estás comprando el periódico y te regalan la película, o estás comprando la película y te regalan el periódico. Marquetín, en fin... El próximo paso será poner una pasarela en el centro de la feria del libro y babear cuando desfilen las piernas de Martina Klein con un libro entre las manos, en la boca o, para más glamur, con un libro por sombrero, que al fin y al cabo es una forma de acercar la cultura al cerebro de las personas.

A pesar de todo, ayer en la feria, tuve la gran suerte de encontrarme con un compañero de la universidad que, de primeras, me costó reconocer. Estaba trabajando en una joven editorial, de la que pude entender fue fundador, y le compré un pequeño libro de Arthur Schopenhauer que editaron en noviembre de 2002. Confesaré que me asombró el trato tan familiar de esta editorial. Dicen en su página web que Ellago "tiene la firme voluntad de ofrecer un espacio donde escritores y lectores puedan satisfacer sus intereses literarios. Nuestro deseo es el de humanizar la relación escritor-editor-lector respetando para ello la unicidad de la obra, otorgándole a cada trabajo un trato individualizado. Por esta razón queremos que cada libro sea un objeto diferente, libre de las habituales limitaciones de formato y presentación según su pertenencia a una u otra colección. Un buen comienzo. Os dejo con las primeras líneas de la obra «Sobre escritura y estilo», de Arthur Schopenhauer.

Para empezar se dan dos tipos de escritores: aquellos cuyo motivo para escribir es el tema y aquellos cuyo motivo para escribir es el hecho mismo de escribir. Los primeros han tenido pensamientos o experiencias que les parece que vale la pena compartir; los segundos necesitan dinero, y por eso escriben, por dinero. Piensan porque tienen que escribir. Se les reconoce en que se explayan en sus reflexiones haciéndolas todo lo largas posible y también en que elaboran pensamientos titubeantes, forzados, equívocos y verdaderos sólo a medias. En la mayoría de los casos, además, son amigos del claroscuro para aparentar lo que no son. Por este motivo desaparece toda precisión y exactitud de su escritura. En ocasiones ocurre incluso con nuestros mejores literatos: por ejemplo, en ciertos pasajes de la dramaturgia de Lessing o aun en algunas novelas de Jean Paul. En el momento en que se perciba esto en un libro, hay que desecharlo, ya que el tiempo es precioso. En rigor, estafa al lector desde el momento en el que escribe para llenar el papel, pues su tarea es la de escribir porque tiene algo que compartir. Honorarios y prohibiciones de reproducción son el origen de la ruína de la literatura. Solamente escribe algo que merezca ser escrito aquél que se escribe con el asunto por único motivo. ¡Qué valor incalculable, que en cada uno de los géneros de una literatura existieran tan sólo unos pocos aunque magníficos libros! Pero eso no se podrá conseguir en tanto que sirva para ganar un sueldo, pues es como si hubiese caído una maldición sobre el dinero: todo escritor será malo en tanto que escriba por dinero. Las obras más significativas de los grandes hombres pertenecen todas a una época en la que se veían obligados a escribir gratis o por un honorario muy escaso. A esta idea responde el refrán español: «Honra y provecho no can en un saco». Todas las desgracias de la literatura en Alemania y fuera de ella tienen su raíz en el hacer dinero con la escritura de libros. Todo el que necesita dinero se pone y escribe un libro, y el público es tan ingenuo como para comprarlo. La segunda consecuencia de todo ello es la devaluación de la lengua.

Una gran cantidad de malos escritores vive únicamente de la loca inclinación del público a no querer leer más que lo que se ha impreso hoy: los periodistas. ¡Un nombre muy apropiado! Para más acierto tendrían que llamarse «jornaleros».

Arthur Schopenhauer, «Sobre escritura y estilo», Ellago Ediciones S.L., Colección Letras, Castellón de la Plana, 2002.



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Huevos



Un tribunal médico militar ha dictaminado que para ser Guardia Civil hay que tener huevos. Y que sólo pueden perderse en acto de servicio. En España los despidos se siguen haciendo por cojones.




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El mal gusto



A veces me gusta comprobar cómo, de qué manera no gusta lo que comunmente se entiende por mal gusto. Evidencia doble moral, si no triple. Es la fobia de los refinados, de los gourmets, de los cuidadosos, de los que se esmeran por todo. O casi todo; porque no dejan de asombrarme, por ejemplo, esas familias pulcras embutidas en sus automóviles que hacen cola para comprar y engullir hamburguesas en los McAuto; familias que, sin embargo, llegarán después a casa y borrarán los restos de grasa química de su dentadura con dentífrico - acción - total - blanqueante - efecto - plus - ultrapurificador. Y porque las sotanas huelen a naftalina, a moral a la venta en anticuarios, porque si no los macmierda podrían incorporar sacerdotes que repartieran hostias y confesiones a 1 euro, para de paso purificar las almas... Las mismas familias que vomitarían viendo cualquier película de Pier Paolo Pasolini pero que, en cambio, son capaces de tragar, maravillados, esa oh durísima y oh cristiana película que es La pasión de Gibson. No dejan de sorprenderme menos los que nunca irían a un macauto porque es de mal gusto ir a esos sitios (su marquetín yanquinvasor les resta glamour) o que nunca verían la pasión de Gibson porque es "demasiado católica", ahora que lo guay es la (hipócrita) solidaridad con los árabes y los palestinos. En verdad, ¿qué es el mal gusto, si todos deglutimos basura a diario? ¿Qué es lo que nos sabe mal?

El foco de todo simbolismo de la contaminación es el cuerpo, asimismo el último problema al que induce la perspectiva de la contaminación es la desintegración corporal. El simbolismo corporal adquiere unas connotaciones altamente emotivas, todo lo que sea un desperdicio corporal es sinónimo de peligro. Todo aquello que hace referencia a los límites del cuerpo, que atraviesa sus fronteras (cualesquiera de sus orificios), que signifique restos corporales (de piel, uñas, pelo...), que brote de él (esputos, sangre, leche, semen, excrementos...), tiene el calificativo de altamente peligroso, de impuro. Siendo la contaminación más peligrosa la que ‘se produce cuando algo que ha emergido del cuerpo vuelve a entrar en él. (Orden y Caos. Un estudio sobre lo monstruoso en el arte, Anagrama, Barcelona, 1970, p. 37)



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No smoking



En Irlanda han prohibido fumar hasta en los bares, bajo multa máxima de 3.000 euros. Yo dejé de fumar hace tres años, y no voy a hacer ahora una defensa de los derechos de los fumadores o de los no fumadores, pero me parece una medida extrema, poco tolerante, nada democrática. Por lo visto, los legisladores irlandeses no tienen mucho sentido de la ecuanimidad. Existen personas que toman el café o la cerveza mientras fuman, al igual que existen personas que toman el café o cerveza mientras NO fuman (es decir, mientras respiran); es evidente que la existencia de ambas opciones implica que el mercado es, en este sentido, divisible, puede redistribuirse y dirigirse por separado a ambos grupos. Por tanto, a pesar de las posibles consecuencias de dicho aparheid, ¿no hubiera sido, en todo caso, más equitativo e imparcial que se otorgaran licencias selectivas, es decir, que hubieran bares para fumadores y bares para no fumadores? Dado que fumar es mucho más una práctica social que un vicio solitario, pienso que ilegalizar el tabaco en todos los ambientes, a excepción de casa propia y en al aire libre, puede tener peores consecuencias que hacerlo de forma selectiva.




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