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lunes, 17. noviembre 2003
Sobre el autor de este blog. Jose(p) Porcar nació en Castelló de la Plana (confluencia del paralelo 40° y el meridiano 0° de Greenwich) en el año 1973. Es licenciado en Periodismo. Mientras buscaba trabajo relacionado con sus estudios, completó sus conocimientos de panadero en la legendaria panaderia «Miralles» de su ciudad natal; consiguió después trabajar unos años como periodista en la prensa local, oficio mal pagado y poco agradecido que abandonó como dedicación exclusiva, para poder incorporarse al gremio de las artes gráficas, donde ha ido especializándose en el campo de la edición y el diseño de publicaciones. Ha publicado un par de libros de poesía en lengua catalana. Observaciones © Blog protegido por Creative Commons License. Su contenido es público. Los textos e imágenes de este webblog pueden ser redistribuidos y exhibidos de forma no comercial, siempre y cuando se cite la autoría. El autor no se hace responsable de las opiniones vertidas en los comentarios, pero no se desentiende; queda reservado el derecho del autor a eliminar cualquier insulto o expresión ofensiva que pudiera realizarse contra otras personas físicas o jurídicas.
Escrito por jose el 17 de noviembre de 2003, 18:15:18 CET
Vueltas a la tortilla Siempre me llama la atención la formidable habilidad de los políticos para improvisar discursos con el fin de aparentar que lo bueno es malo y que lo malo es bueno, y también viceversa, profesionales como son de lo relativo hasta lo paranormal, lo anormal y, en ocasiones, lo subnormal. Me asombra, sobre todo, esa capacidad que disfrutan para salir ante los electores la noche de los comicios y proclamar que los resultados obtenidos por su grupo político son estupendos, aunque no hayan ganado. Lo que siempre evitan decir es que han perdido, no sea que baje demasiado la moral. En cualquier caso, conste que me parece muy saludable que la democracia no padezca un diálogo de sordos en términos de vencedores y vencidos, si bien otra cosa muy distinta es que no se asuman los errores cometidos que finalmente han impedido alcanzar el gobierno. Esa misma sensación de "darle la vueltas a la tortilla" he tenido con los discursos de los diferentes líderes catalanes tras las elecciones celebradas ayer domingo. Por citar a algunos... Mas (CIU): "los catalanes nos han vuelto a dar su confianza"; sí, pero no todos, y esta vez muchos menos. Maragall (PSC): "ha ganado la izquierda"; tiene razón, esto no es para nada falso, porque juntando siglas la suma es positiva, pero no es tampoco del todo cierto, porque no todos los políticos que se autoproclaman de izquierdas "lo son" ( ! ). Carod (ERC): "En Catalunya hay una mayoría nacionalista"; sí, es totalmente cierto, pero acuérdese también de las minorías, que se supone que ustedes sí que son "de izquierdas". Piqué (PP): "hemos incrementado un 25% nuestros escaños"; sí, es un número que así contado parece bonito, pero en realidad ustedes siguen pintando muy poco, y me alegro, en el panorama político catalán. Saura (ICV): "Hemos obtenido más votos", verdad absoluta, pero no como para optar a pactos. Lo cierto es que en Catalunya no se ha producido un cambio de gobierno, sino un recambio, ya que todo apunta a que, tras los pactos, seguirá gobernando el mismo partido que gobierna desde hace 23 años, pero con otro líder. Total, que todos (sienten que) ganan y nadie (siente que) pierde. Y ojalá así sea por mucho tiempo.
Escrito por jose el 17 de noviembre de 2003, 9:55:55 CET
viernes, 14. noviembre 2003
Los viernes E: Bla bla bla bla blá bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla blá bla bla bla bla bla bla blá bla bla bla bla bla bla bla blá bla bla bla bla bla bla bla blá bla entonces..., ¿aún-se-lo-has-hecho? Bla bla bla... bla bla bla bla bla... bla bla bla bla bla bla bla bla blá... J: ¿Qué qué? ¿Qué decías del sexo? [Fragmento del diálogo del hoy viernes a la hora de comer con el habitual sueño y cansancio en el cuerpo al finalizar la siempre agotadora semana laboral. ¿Adivinan quién es el hombre en esta conversación?]
Escrito por jose el 14 de noviembre de 2003, 18:50:38 CET
jueves, 13. noviembre 2003
Peluqueras Me gustaría que el pelo me creciera mucho más rápido, hasta el punto de obligarme a visitar a las peluqueras del barrio por lo menos con la misma periodicidad con la que me sale barba y me afeito. La verdad es que no puedo permitírmelo, porque, entre otras cosas, el sueldo no me da para tanto y, además, si bien el cabello me crece a una velocidad sensiblemente mayor de lo normal, no es que sea propietario de una larga melena que merezca un especial cuidado... Pero llega la hora de la confesión: no es que disfrute cortándome el pelo, no. A mí lo que me gusta, lo que me mata de placer, lo que me hace levitar, lo que me transporta a un idílico y maravilloso mundo de goce, deleite y satisfacción es que me laven suavamente la cabeza antes del corte de pelo. Supongo que esta habilidad de las peluqueras (y de los peluqueros, supongo, porque no he probado sus manos) debe de ser fruto del entrenamiento, porque todas las manos de ese gremio son estupendas masajistas de cráneos. O quizá no, a lo mejor es algo hereditario e innato de las peluqueras de mi barrio. Ayer mismo, por fin me planté, me puse serio conmigo mismo y pensé que, en vez de gastarme dos sueldos en el oculista, mejor sería recuperar mi vista en la peluquería del barrio, porque el señor flequillo ya empezaba a invadir la montura de mis gafas... No aguantaba más seguir haciendo de toldo. Así que entré y esperé un rato, hasta que por fin me llamaron desde el departamento de lavados, ¡y de masajes!, pensé yo. ¡Qué placer, por favor! ¡Quiero repetir ya! Y porque soy tímido, porque si no le hubiera pedido a la mujer que me enjabonara dos o tres veces más. Además de tímido, menos mal que me gusta guardar un poco las formas, las formas faciales quiero decir, e intento contener mi expresividad en los límites del decoro, porque de lo contrario mi rostro sería consecuente con tanto placer y daría rienda suelta a la desvergüenza; cerraría los ojos, relajaría mi cuerpo hasta la pérdida de la compostura e imagino que mis músculos faciales se convertirían en todo un espectáculo para el resto de clientes de la peluquería en esos formidables instantes en los que unas manos ajenas, sensibles y expertas me masajean el cráneo, por no mencionar, puestos a ya gozar en toda su expresión, los posibles gemidos. Total que, después de todo, pude contenerme. Mi pelo fue cortado y domado, y salí por la puerta de la peluquería con una terribles ganas de volver. Pero ya ven que la represión no es nunca una buena compañera y ha sido inevitable que esta historia acabe finalmente perdida en la oficina. La próxima vez, con el masaje, cerraré los ojos... Por algo se empieza.
Escrito por jose el 13 de noviembre de 2003, 20:49:12 CET
miércoles, 12. noviembre 2003
Por qué cuando ando me piso los talones Es extraño. En el mismo instante en que me despierto percibo ante mí que yo mismo en persona ya me he levantado, que me estoy vistiendo, que mis piernas se están poniendo los pantalones mientras mis pies hace horas que se han calzado y, poco después, justo en el mismo momento en que pongo a calentar el café oigo que mi boca ya está gritando un adiós desde dentro del ascensor. Me miro el reloj, pero no está adelantado. Al salir de casa me sorprende sobremanera que al encontrarme con el vecino mi mano salude casi un minuto antes de que yo me ponga a levantar la mano y al cruzar la calle compruebo que mi cuerpo la ha cruzado por lo menos treinta segundos antes de que yo lo ordene, lo que significa que en la milésima de tiempo en que el semáforo se pone en verde mi cuerpo hace rato que ya está andando y doblando una esquina a lo lejos con indiferencia de sapo. En el mismo instante en que llego a mi puesto de trabajo descubro perplejo que ya había encendido el ordenador mucho antes de haber llegado, y al sentarme en mi silla casi no quepo y me siento terriblemente incómodo, hasta que por fin me doy cuenta de que ya estaba sentado. La verdad es que empiezo a estar un poco asustado, pero no sé, noto que tengo miedo justo después de ya haberme aterrado. Con todo, después de haber padecido una mañana tan anormal y extraña, no entiendo por qué al encender el ordenador e iniciar el trabajo las cosas continúen tal y como las había dejado, no comprendo cómo las tareas no estén finalizadas una hora antes de que yo ya las hubiera empezado. Parece, pues, que de repente todo recupera su ritmo, porque no me sobresalto cuando el jefe me asigna un proyecto que tres horas después todavía no he iniciado. Conste aquí que le he contado esta historia, pero que no ha colado.
Escrito por jose el 12 de noviembre de 2003, 21:09:30 CET
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