• Hola, ¿está Z?
• Sí, soy yo.
• Mire, llamo de la imprenta, porque resulta que usted nos ha traído un trabajo para imprimir en cuatricromía y resulta que los ficheros gráficos de su CD-Rom están en 'pantones', en tintas planas que necesito separadas para que el color sea el corporativo.
• Pues pásalo tú a cuatricromía...
• Mmmm verá... Es que los colores planos-mate cambian de tono al pasarlos a cuatricromía, y necesito que usted, que es la diseñadora, me proporcione los porcentajes exactos de cian, magenta, amarillo y negro. Así no hay pérdida.
• Pues saca tú mismo la descomposición de color, que yo no la tengo...
• Ya, pero es que eso debe de estar en el manual corporativo de la marca, que usted misma diseñó.
• Ya, pero el manual se ha perdido... De todas maneras eso es cosa de la imprenta...
• Es cosa de la imprenta si usted se lo paga a la imprenta... ¿Entiende? Yo podría sacar esa cuatricromía pero con algunas pruebas y tiempo, que es un coste, y después hay que aplicarla en muchos ficheros...
• Pero a mi eso siempre me lo hace la imprenta gratis...
• ¡Y dale! A ver cómo se lo explico: usted ha traído el trabajo sólo para imprimir, que es un coste, y NO PARA QUE YO SE LO PREPARE PARA IMPRIMIR, que es otro coste... ¿Lo entiende ya..., o se hace la tonta?

Acabo de enterarme de que la embajada de los USA ha pedido petróleo al ministro Moratinos. Toma ya...

¿Es un chiste, no?

• ¿Por favor, necesito ayuda para las víctimas del huracán?
• ¿Y por qué no llama a sus soldados de Irak y de paso se gasta el dinero en ayudar a sus compatriotas?
• Es que mis soldados están ayudando a los iraquíes.
• Ah.

«No entiendo que escriba tan bien y que folle tan mal.»

Todo el día esa cara. La misma cara. Todo el rato esa nada, esa cosa. Porque algo así solamente es una cosa. Un objeto. Algo. Es un cuchillo en la nuca, un hueco aquí, justo en esta costilla, debajo de la soledad, una responsabilidad de cállate cállate joder no digas nada que va a ser peor, muchísimo peor. Todo el día esa cara... Vale. Asumo esa ceja. El mismo rostro fruncido al servicio de una basura de culpa, ese vertedero del amor. Ese voto de castidad todo el rato, que equivale -créeme- a decir toda la vida. Toda la muerte esa cara. Esa arruga permanente casi. Y todo dentro de un corazón que no aprende sino a jugarse la vida, que a diario se envuelve listo para llevar y que, a pesar de esa cara, late.