viernes, 31. octubre 2003

El dedo



Hace una semana me corté un dedo mientras hacía obras en esta oficina. Sangrando, lo metí en el frigorifico, fui a curarme y usé su sangre para condimentar mi nuevo libro de poemas, que por fin ya he dado al editor. La amputación causó en esta O.O.Ps. un revuelo al que no le di mayor importancia, pero recuerdo que incluso hubo quien no se cortó al intentar añadir chantaje emocional y sentimientos de culpabilidad al dolor que ya sentía por el corte digital. Como ya no sangra y, sin ofender, porque me da la gana, vuelvo a coserme el dedo y aquí lo entrego como objeto perdido ya recuperado, y como regalo para los que entonces me entendieron y para los que no.

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jueves, 30. octubre 2003

Imagine



Imagina que un día se despierta, sale a la calle y no hay nadie. Se imagina la tristeza. Imagina que a la mañana siguiente se levanta y comprueba que vuelve a ser niño. O niña. Que por su cumpleaños le regalan que su último beso en esta vida volverá a ser el primero. Imagina que un beso es, verdaderamente, algo extraordinario. Que el paraiso es sólo un punto de vista de los habitantes del infierno. Que los periódicos dicen siempre la verdad. Imagina que la gente lee, que la gente protesta, que la gente grita. Que la gente escucha. Imagina que él es gente. Que la gente de los pueblos no tiene que ir a trabajar a las ciudades ni a otros paises porque puede vivir dignamente donde ha nacido. Imagina que nadie vale más que nadie. Imagina que compra un lienzo en blanco y dibuja el mundo. Que no tiene nada que pensar, nada que hacer, nada que olvidar, nada que recordar. Imagina que la vida no es una gran cámara de gas filmada a cámara lenta. Imagina que es capaz de estar escribiendo a la perfección y constantemente aquello que cree que está viviendo. Imagina que es parte del sueño de otra persona. Que la paz no es un mal invento. Que no hay paises ni fronteras. Imagina que alguien lo comprenderá, que alguien lo recordará. Imagina que sus ideas son sólo suyas. Que no es sumiso a nadie. Que nadié asesinó a su familia. Que nadie se aprovecha y usa su odio. Que John Lennon no cantó algo parecido. Imagina que nadie pretende salvar la democracia con un joystick. Imagina que no fallará cuando la semana que viene dispare a la cabeza del presidente de los Estados Unidos. Imagina que no es un terrorista. Imagina que algún día el mundo pudiera ser, un poco también, el fruto de su imaginación.




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miércoles, 29. octubre 2003

Mi amigo



Fernando es un ser humano tremendamente tímido y cauto al tiempo que muy eficiente y eficaz en todas y cada una de sus tareas, a menudo tan silenciosas y discretas como inteligentes y provechosas. Es de trato difícil, pero no por eso deja de ser lo que siempre ha sido: una buena persona. Por su forma de ser y de trabajar, mi amigo Fernando ya sabía que en algún momento podía ser objeto de acoso a lo largo de su vida laboral, pero desconocía hasta qué punto, hasta qué padecimiento, hasta qué desilusión, y desde luego no era capaz de imaginar que la sobrecarga diaria de tristeza, rabia, culpabilidad, decepción y desesperación lo conducirían al extremo de tener que elegir entre el suicido y el asesinato. Hay personas que son más susceptibles de ser acosadas, en la medida en que son percibidas como más ingenuas o vulnerables que otras, o en cambio por poseer determinados estudios, competencias y virtudes como las de Fernando, de las que carecía su acosador. Reconocido está que el acoso laboral normalmente no se planea contra individuos poco inteligentes, sino contra personas valiosas, honradas y con un alto nivel ético.

Fernando atravesaba a menudo estados fuertes de ansiedad, de decaimiento, insomnio tardío, dolores de espalda, repentinas depresiones e, incluso, llegó a padecer importantes secuelas físicas, que nos ahorraremos ahora mencionar aquí para eludir cualquier atisbo de sensacionalismo. Fernando no podía desconectar de su trabajo y era atacado por taquicardias cada vez que se iniciaba la jornada laboral. Los compañeros, que no deseaban meterse en problemas con el jefe, solían pensar que algo habría hecho Fernando, algo habría dicho, alguna falta habría cometido para que el jefe se comportara, con excesiva frecuencia, de una forma tan desagradable con él; esta situación aislaba a mi amigo y reforzaba la idea que de sí mismo tenía como culpable de lo que le pasaba, provocándole inseguridad, anulándole la autoestima y degradando la confianza que tenía en sus propias habilidades y conocimientos que, como decía, no eran pocos. Su acosador se servía de todas aquellas actitudes y comportamientos encaminados a minar la salud psicológica de la víctima, como el no darle ninguna tarea o asignarle, sin cesar, nuevos cometidos desproporcionados para la fecha exigida de entrega o trabajos completamente absurdos.

Digámoslo ya, pues. Su jefe era un auténtico psicópata organizacional, que a toda costa intentaba desacreditar profesionalmente a su víctima. Para ello, es verdad que era común que hubiera días en que no se le asignara trabajo alguno, e incluso que velara para que Fernando no pudiera alcanzar trabajos por sí mismo. O, en lugar de eso, el jefe le obligaba a realizar tareas totalmente inútiles, o muy inferiores a su competencia profesional. También sucedía lo contrario: se le agobiaba continuamente con trabajos nuevos, de manera que le resultaran inabarcables o le exigieran una experiencia profesional claramente superior a las competencias profesionales que marcaba el escaso convenio firmado entre los sindicatos y empresarios de su gremio.

Su jefe, un profesional del acoso obsesivo, como tantos otros jefes anónimos, le limitaba a toda costa las posibilidades de ascenso en la empresa y reducía a cero la probabilidad de comunicarse adecuadamente con el resto del personal. Se le interrumpía cuando hablaba, se le gritaba sin sentido o se le dejaba en evidencia ante los demás en voz alta o por la espalda. Se le amenazaba verbalmente o por escrito, se le aislaba o se ignoraba su presencia, por ejemplo dirigiéndose exclusivamente a terceros en su presencia, como si no existiera. Se producían ataques verbales, criticando exageradamente los trabajos realizados. No sólo el jefe: a veces, también los compañeros, en connivencia con el acosador, se convertían en acosadores y también le gritaban, le chillaban o le injuriaban en voz alta. La cuestión es que Fernando, finalmente, ha sido despedido.

En la actualidad, Fernando está en tratamiento psiquiátrico, y parece que lentamente mejora. Sin embargo, su acosador sigue siendo jefe.




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Puntos G



Generalmente no generalizo, pero antepongo lo genésico a lo genesíaco, lo degenerado a lo degenerativo y lo generoso a lo generalizado, por lo que escojo la gentileza de la gente frente a la genética de los generales, lo genuíno de la gentuza a lo gélido de los gendarmes, la genética de los gibosos a las genialidades de los genocidas, las germinaciones de geranios a las generaciones de genuflexos, la genealogía de los geófagos al geocentrismo de los generalísimos y los gérmenes de mis genitales a las gilipolleces de los jefes. Y como por geneaología no soy gencianáceo, y como tampoco mis gestos generan mi degeneración en un geriátrico, prefiero los gestación de una géminis a la gestión de una gerente y, sin dudarlo, frente a la geometría de una ginecóloga... el gerundio de sus gemidos.




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martes, 28. octubre 2003

La ecología contra el ecosistema



La ciudad fea donde vivo sufre una superpoblación de palomas y hace más de un año que tengo como vecinos a uno de sus matrimonios. Un día decidieron montar su palomar sobre el toldo de la ventana que protege mi habitación del insoportable sol del verano. Al tratarse de la última planta del edificio encontraron allí, entre el toldo y la cornisa, un refugio perfecto para sus menesteres. No sé si, al instalarse, pretendían traer la paz a mi casa (reconocido es este oficio de las palomas), pero, desde luego, lo que no se olvidaron de traer consigo fue sus excrementos y sus reclamos: cu-ru-cutu-cu, cu-ru-cutu-cu. Y dale que te pego todo el día. Mi experiencia de más de un año demuestra que las palomas no traen ninguna paz, os lo aseguro. Traen la guerra. Me han dejado la fachada tan perdida que da asco, debo tender la ropa con espantapájaros a base de bolsas de plástico, y los reclamos del macho suenan tras la ventana como auténticos rebuznos, sobre todo a las siete de la mañana de un domingo en el que supuestamente mi cuerpo debería descansar. He aguantado sus desagradables sonidos durante más de un año porque, es verdad, me daba pena, me sabía mal echarlas, pero como ya estoy más que harto he avisado a una empresa para que se lleven el toldo, que se encuentra podrido de mierda de paloma. Prefiero pasar algo de calor que soportar a este par de palomas. Sin duda, los fundamentalistas de la ecología no siempre tienen la razón, y no acabo de comprender cómo algunos de ellos se niegan en redondo a tomar algún tipo de medida contra una invasión de estas aves. ¿O es que no estoy yo también dentro del ecosistema?




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