martes, 16. mayo 2006

No olvides



En alguna parte un hombre se pone sus cortos, su camisilla azul de listas, sus jeans; un hombre se pone su chaqueta en la que hay un botón que dice COUNTRY FIRST, y sobre su chaqueta, su sobretodo. Sobre su sobretodo, tras desempolvarlo, se pone su automóvil, y sobre éste se pone su garaje (apenas justo para su carro), sobre éste el patio de su apartamento, y luego se asegura él mismo contra el muro del patio. Entonces se pone a su esposa, y después de ésta la próxima, y luego la próxima, y sobre esa se pone su subdivisión y sobre esa su condado y como un caballero se abrocha las fronteras de su país; y con su testa oscilando, se coloca el globo completo.

Entonces viste el negro cosmos y se abotona con las estrellas. Cuelga la vía láctea sobre un hombro, y tras ésta algún secreto más allá.

Mira en rededor: De súbito en la vecindad de la constelación de Libra recuerda que olvidó su reloj. Su tic-tac debe estar sonando en algún sitio (Por si solo) El hombre se quita los países, el mar, los océanos, el automóvil, y el sobretodo. Él no es nada sin el Tiempo.

Desnudo permanece en su balcón y grita a los transeúntes: “Por amor de Dios, no olviden su reloj!”

Andrei Voznesensky




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lunes, 15. mayo 2006

Estoy cansado



Estar cansado tiene plumas, tiene plumas graciosas como un loro, plumas que desde luego nunca vuelan, mas balbucean igual que loro.

Estoy cansado de las casas, prontamente en ruinas sin un gesto; estoy cansado de las cosas, con un latir de seda vueltas luego de espaldas.

Estoy cansado de estar vivo, aunque más cansado sería el estar muerto; estoy cansado del estar cansado entre plumas ligeras sagazmente, plumas del loro aquel tan familiar o triste, el loro aquel del siempre estar cansado.

Luis Cernuda




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viernes, 5. mayo 2006

De los nervios



Yo creía que los poetas, la mayoría, se morían de olvido, pero al parecer hay quien opina que se mueren de los nervios. Y quizá sea así. Extraigo un interesante párrafo del artículo de Juan Bonilla titulado «De qué se mueren los poetas»:

Cuando [Villaespesa] muere, el psiquiatra César Juarros le dedica un artículo en el que se pregunta: «¿De qué se mueren los poetas?». La respuesta es decepcionante: dice que se mueren de los nervios. Es una pena que no se acordara de Apollinaire, de la muerte de Apollinaire: herido en la cabeza, ardiendo de fiebre, oye a una multitud que en la calle pide la muerte de Guillermo. La gente está pidiendo la cabeza de Guillermo el Kaiser alemán, pero el poeta, perdido en su laberinto, cree que lo que en realidad reclama la gente es la muerte del poeta. Y se muere Apollinaire consciente de que aquellos a los que él quiso dar todo, se han reunido bajo su balcón para exigirle que se muera. Bajo el balcón de Villaespesa no se reunió nadie, y aquel silencio, para quien había sido el gran poeta de voz atronadora, representaba un castigo tan cruel como el que se infligió Apollinaire creyendo que los que pedían la muerte de su tocayo el Kaiser, estaban en realidad pidiéndole que se muriese.

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miércoles, 3. mayo 2006

El rayo injertado



injerto




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jueves, 27. abril 2006

Los expulsados



Los expulsados de la sociedad forman una sociedad todavía más grande que la sociedad de la cual han sido expulsados. Pero no se llama sociedad. Se llama bolsa de marginación estrictamente prevista, inapelable, necesaria para que la sociedad realmente digna de este nombre crezca y progrese hasta extremos nunca antes conocidos, celestiales, miríficos. Pues, como todos sabemos, la defecación es absolutamente imprescindible para que un cuerpo crezca y progrese como es debido y a nadie se le ocurre llamar cuerpo a la mierda por muy enorme y numerosa que ésta sea. Sencillamente, se intenta no mirarla y, con la satisfacción de quien se deshace de un lastre inútil y feo que frena su bienestar y las gloriosas perspectivas de crecimiento y de progreso que en frente se le abren, estira despreocupadamente de la cadena.

Marc Granell. V.O.




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