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martes, 15. junio 2004
Hueco VIII No miento. Me quedé allá en los ocho o nueve años, construyendo castillos de arena, jugando a pillar, jugando al escondite, contando hasta mil, hasta el último pájaro, hasta el último adiós adiós memoria adiós porque ya casi ni me acuerdo; me quedé allá en los ocho o nueve años, acurrucado en un rincón de la casa, mirándome las uñas, los pantalones sucios, con la cabeza en las rodillas, guarecida para siempre por un llanto acogedor; si no me falla el sueño, o los cuchillos, puedo hallar esa conciencia mínima, exacta, que arroja todos los espejos a mi cara, que aprende desde el abandono, que detalla todo lo que no he borrado. No miento. Me quedé allá en los ocho o en los nueve años, no hay más, allí, debajo de una sábana, en una noche sin historia, niño revuelto, distraído, rozando la furia del mundo, sudando, casi solo.
Escrito por jose el 15 de junio de 2004, 11:59:47 CEST
Telegraph Road Hace mucho tiempo llegó un hombre por un sendero tras andar treinta millas con un saco a la espalda y dejó su carga donde mejor le pareció levantó un hogar en medio de la nada construyó una cabaña y un almacén para el invierno y cultivó la tierra de la orilla del frío lago, y llegaron otros viajeros cabalgando por la senda, y nunca fueron más lejos, no, ni nunca retrocedieron. Se levantaron iglesias, se construyeron colegios aparecieron los abogados y llegaron las leyes llegaron los trenes y los camiones bien cargados y el viejo y sucio sendero se convirtió en Telegraph Road. Se abrieron minas y se extrajo el mineral llegaron tiempos difíciles e incluso hubo una guerra. El telégrafo radió una canción acerca del mundo exterior Telegraph Road llegó a ser tan profunda y tan ancha como un río que fluye... Y la radio me cuenta que esta noche helará; la gente regresa a casa desde las fábricas Hay seis carriles de tráfico, tres de ellos van muy lentos... Solía gustarme ir a trabajar pero cerraron la fábrica tengo derecho a trabajar pero aquí ya no hay trabajo. sí, y me dicen que vamos a tener que pagar lo que debemos, vamos a tener que recolectar la semilla que ha sido plantada. Y los pájaros que descansan en los cables y en los postes telegráficos siempre podrán escapar volando de esta lluvia y este frío los puedes oír cantar su código telegráfico a lo largo de Telegraph Road. Sabes que pronto podría olvidar, pero aun recuerdo aquellas noches cuando la vida no era más que una apuesta en una carrera entre las farolas apoyabas tu cabeza en mi hombro y tu mano acariciaba mi pelo... ahora eres algo más fría, como si ya nada te importase... Pero confía en mi, nena, que yo te sacaré de aquí, te sacaré de esta oscuridad y te llevaré a la luz del día, de estos ríos de faros de coche, de estos ríos de lluvia, de la ira que habita en las calles con estos nombres... porque me he saltado todos los semáforos de los caminos de la memoria. He visto la desesperación estallar en llamas y no lo quiero volver a ver. Te llevaré lejos de estos letreros que dicen "Disculpe, hemos cerrado" a lo largo de Telegraph Road.
Escrito por jose el 15 de junio de 2004, 11:42:56 CEST
lunes, 14. junio 2004
XVIII (Trilce) Oh las cuatro paredes de la celda. Ah las cuatro paredes albicantes que sin remedio dan al mismo número. Criadero de nervios, mala brecha, por sus cuatro rincones cómo arranca las diarias aherrojadas extremidades. Amorosa llavera de innumerables llaves, si estuvieras aquí, si vieras hasta qué hora son cuatro estas paredes. Contra ellas seríamos contigo, los dos, más dos que nunca. Y ni lloraras, di, libertadora! Ah las paredes de la celda. De ellas me duele entretanto, más las dos largas que tienen esta noche algo de madres que ya muertas llevan por bromurados declives, a un niño de la mano cada una. Y sólo yo me voy quedando, con la diestra, que hace por ambas manos, en alto, en busca de terciario brazo que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo, esta mayoría inválida de hombre.
Escrito por jose el 14 de junio de 2004, 12:07:46 CEST
domingo, 13. junio 2004
Levitando Hoy en día, los hay que se llaman Ramón y se cambian el nombre por el de Lola. Hace unos 800 años nació un portugués que se llamaba Fernando y se lo cambió por el de Antonio, pero eso fue al ingresar en una orden, la de los Frailes Menores. Y como, además de morirse en Arcella (Pádua), hizo otras cosas sublimes y místicas, Gregorio IX lo quiso canonizar. Paradójicamente, San Antonio de Padua, cuyos padres pertenecían a la nobleza lusa, fue santificado y Roma le otorgó el cargo celestial de patrón de los pobres... Como si los pobres no tuvieran ya bastantes patrones. Uno más no se nota. Me llamó la atención descubrir que también se invoca su intercesión para la recuperación de objetos perdidos. No hay ninguna explicación satisfactoria sobre el motivo por el que un sacerdote franciscano pudo convertirse en el jefe de una oficina celestial de objetos perdidos, pero he leído que es muy posible que esa devoción esté relacionada con un suceso que se relata entre los milagros, en la "Chronica XXIV Generalium" (No. 21): "un novicio huyó del convento y se llevó un valioso salterio que utilizaba San Antonio; el santo oró para que fuese recuperado su libro y, al instante, el novicio fugitivo se vio ante una aparición terrible y amenazante que lo obligó a regresar al convento y devolver el libro". Me pregunto qué contenidos tendría ese salterio "perdido".
Escrito por jose el 13 de junio de 2004, 13:34:06 CEST
viernes, 11. junio 2004
Antes Era mejor antes. Esto, la vida. ¿Te acuerdas? Pasábamos horas boca abajo, colgados de las ramas por la cola, contemplando en silencio los crepúsculos, sus raíces, devorando frutas silvestres. Lo simultáneo, como lo sublime o lo salvaje, no eran conceptos, sino prácticas. Como el olvido, el amor, la soledad, la esperanza y otros objetos construidos a favor de la resurrección y la vida eterna. Era mejor antes. Sin eternidad. Sin furia. Dúdalo, si quieres, para eso te pagan, pero era mejor antes. Ahora nos colgamos de los postes, telefónicos, de la luz, qué más da, y en ocasiones, como nos aburrimos, nos ahorcamos hasta ese punto en que la respiración depende solamente del temblor de nuestra sombra para comprobar que todavía viviremos un último desconsuelo. Antes, cuando nos colgábamos de las ramas, desconocíamos nuestra propia sombra. La sombra era siempre la sombra de otros, o de lo otro, y servía para guarecerse del sol y dormir. No era una sombra espejo, una sombra guardia, una sombra elegante. Me dices que por culpa de Dios un día abandonamos la selva. Tonterías. Cuando descubrimos que Dios era mentira y que la culpa se la inventó un simio ya era tarde para aniquilar la nuestra. Dúdalo si quieres. Pero era mejor antes. Tú no estarías tan calvo. Ni yo tan cansado.
Escrito por jose el 11 de junio de 2004, 0:16:24 CEST
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